jueves, 11 de febrero de 2016

San Juan Eudes, Padre, Doctor y Apóstol Del Corazón de Cristo

En la bula de beatificación de Juan Eudes, el papa san Pío X lo declaraba «Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Sagrados Corazónes». De esa forma, la Iglesia, desde su más alta tribuna, respaldaba claramente una verdad que muchos habían querido negar por intereses turbios: la devoción al Corazón de Cristo y al Corazón de María tuvieron en Juan Eudes su primer expositor y apóstol. Y a ella había llegado por el camino de la misericordia. De allí a descubrir la identidad de Dios como un Dios con corazón, y a precisar luego su máxima expresión en Cristo, no había sino un paso, y Juan Eudes lo dio con valentía en su momento.
Tras ese primer paso, se fue desarrollando en la iglesia un proceso de crecimiento continuo que llegó a convertir esta devoción en una de las más populares y fecundas del mundo cristiano. Pero esa frondosidad no debe hacernos perder de vista que las raíces de ese árbol se hunden en el corazón y el carisma de aquel pequeño misionero normando del s. XVII. 
Juan Eudes el primero -y aquí se encuentra otra de sus grandes intuiciones proféticas- supo encontrar en la simbología popular del corazón el signo más universal para expresar el más universal de los amores, el de Dios. Gracias a él, la palabra corazón, referida a Jesucristo y a María, tuvo y sigue teniendo una especialísima relevancia en la vida y en la espiritualidad cristianas.
Efectivamente, pocas devociones han gozado en el mundo cristiano, durante los cuatro últimos siglos, de tanta popularidad como la del Corazón de Cristo; sobre todo a partir de las polémicas revelaciones supuestamente recibidas por santa Margarita María Alacocque, la santa de Paray le Monial.
Aunque el camino ya lo había iniciado Juan Eudes muchos años antes, fue ella la que, al ligar esta devoción a una serie de gratificantes promesas divinas, le dio el empuje definitivo para que entrara en el mundo de la religiosidad popular. No es de extrañar, entonces, que, después de que, en 1875, el Parlamento francés aprobara la construcción de la Basílica del S. Corazón de Montmartre, muchos otros gobiernos y países siguieran el ejemplo, imprimiéndole a esta devoción cierto tono que podríamos llamar, con las debidas reservas, «oficial» o al menos “oficialista”.
La Iglesia supo responder a ese sentir colectivo. Así, en 1856 Pío IX extendió a la Iglesia universal la liturgia del Sdo. Corazón; en 1894, León XIII consagró el género humano al Sagrado Corazón; en 1928 Pío XI, y Pío XII en 1956, le dedicaron sendas encíclicas, reiterando su vigencia e importancia en la piedad popular. La Haurietis Aquas, de Pío XII, definió el culto al Corazón de Jesús como el culto al amor que Dios tiene por nosotros, el cual expresa, al mismo tiempo, la práctica del amor cristiano a Dios y a los hombres, idea ésta  mucho más en consonancia con la espiritualidad de san Juan Eudes que con la de Paray-le-Monial.
A partir de allí la devoción al Sdo. Corazón no cesó de extenderse hasta llegar a disfrutar, a comienzos del presente siglo, de un status realmente excepcional. No hubo entonces -ni existe hoy- capilla o Iglesia sin su imagen del Sagrado Corazón, aunque sus representaciones con mucha frecuencia adolecieran de pésimo gusto y ofendieran brutalmente lo estético, e incluso lo teológico. La celebración de los “primeros viernes” fue, hasta tiempos recientes, una pieza obligada de todo proyecto pastoral. Las cofradías, asociaciones, movimientos y congregaciones, construídas sobre la devoción al Corazón de Jesús, consagradas a él, o que llevaban su nombre, pululaban por todas partes. 
Por eso, resulta difícil de entender la profunda y creciente crisis que hoy experimenta esta devoción. Y no la comprenderemos si no nos remontamos hasta mediados del s. XIX, época en la que comenzó a verse afectada por ciertas desviaciones. Todo empezó cuando, en 1882, Philip A. Kemper decidió difundir gratuitamente lo que él llamó las "Promesas del Sagrado Corazón", compilación de doce breves extractos de los escritos de santa Margarita María, sacados de su contexto y bastante manipulados. Tales promesas, que le dieron entonces una inusitada popularidad a la devoción, de hecho la marcaron con una fuerte y desafortunada huella y terminaron hiriéndola de muerte. En efecto, con ellas se inició un proceso de desviaciones sentimentaloides e intimistas, con marcada insistencia en el aspecto reparador, alimentadas, en muchos casos, más por corrientes neuróticas que por una auténtica y segura piedad y apoyadas sobre concepciones doloristas que chocan a la sensibilidad mo­derna, y que aún siguen manteniéndose en ciertos sectores de la iglesia con escasa formación teológica y espiritual.
También ha contribuído mucho a su deterioro cierta predicación que, para las generaciones de nuestro tiempo, ofrece claros aires de propaganda: se ha insistido demasiado en que la devoción al Corazón de Jesús tuvo su origen en las visiones y revelaciones priva­das de Santa Margarita María y en las promesas que supuestamente se le habían hecho; pero la investigación histórica parece demostrar que tales revelaciones son falsas o ficticias. Por otro lado, el que su realización se presente como algo automático (pensemos en las «promesas» ligadas mecánicamente a los 9 primeros viernes), comunica a la religión un desagrada­ble aspecto de negociado y comercio.
Gracias a to­dos esos elementos espúreos que la corriente de Paray-le-Monial venía intro­duciendo en ella, la devoción al Corazón de Cristo fue perdiendo el favor de un pueblo cristiano cuya fe, cada día mejor formada, más consciente y más sensible a ciertos valores humanos, ya no estaba dispuesta a aceptar deformaciones fáciles del Evangelio. No es de extrañar, entonces, que la teología de los tiempos que antecedieron al Vaticano II se mostrara tan poco receptiva a ella. El mismo concilio la mencionó muy de pasada en sólo dos ocasiones. Desde entonces, el proceso de devaluación ha continuado indetenible, a pesar del esfuerzo de diversas personas e instituciones.

La pregunta que cabe aquí es si tuvo algo que ver la doctrina de Juan Eudes con las desviaciones mencionadas. Ciertamente no. Por eso, tenemos derecho a afirmar, sin remilgos, que en la devoción actual al Corazón de Cristo, vivida en el espíritu y estilo de Paray-le-Monial contaminados por deformaciones diversas, muy poco tuvo que ver la sana y lúcida teología de la Escuela Beruliana. De hecho, la devoción que Juan Eudes ideó y quiso conserva hoy todo su valor y atractivo, pues jamás se ha ocultado bajo las escorias que todavía encontramos en la “parodia” achacada a S. Margarita María. Podemos hablar en este campo, de un profetismo particular del misionero normando y que últimamente viene recuperando fuerzas.

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