miércoles, 24 de febrero de 2016

La devoción al Corazón de Cristo como camino de santidad


Si el corazón humano es principio dinámico, impulso vi­tal, fuente de energía, cualquier espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús es -debe ser- fundamentalmente una espiritualidad apostólica: fuente y principio de una acción pastoral mística, y comprometida en su esencia y su verdad. Al fin y al cabo, el auténtico apostolado es una expresión del Amor de Dios manifestado en el Corazón de Cristo.
Todo apóstol auténtico es un instrumento activo y responsable, un signo visible y eficaz de ese Amor misericordioso y salvador (personal, gratuito y entrañable) con el que Dios ama a los hombres, especialmente a los más pobres y necesitados. 

Por lo tanto, quien de verdad vive una espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús está consciente de que es Jesús quien de verdad ama al Padre y a los hermanos a través suyo. Y esa «conciencia» es, a la vez, fuente de gozo y estímulo de fidelidad, entrega, servicio, y pasión misionera.
El movimiento inicial -vital y primero- es la misericordia recibida de Dios y luego transmitida a los demás: en otras palabras, la experiencia del corazón divino es espiritual y carnal. De allí surge casi espontáneamente la invitación a la santidad que nos hace san Juan Eudes:
«Entre las divinas perfecciones cuya semejanza lleva en sí el santísimo corazón de nuestro Salvador, debemos reservar devoción particular a la di­vina misericordia, para grabarla en nuestro corazón. Oh benignísimo y mi­sericordioso Corazón de Jesús, imprime en nuestros corazones la imagen perfecta de tus grandes misericordias para que nos ajustemos al manda­miento que nos has dado has dado: Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso»[1].
Y es que desde esta experiencia de ser amados y de sabernos amados personal, gratuita y entrañablemente por Dios-Trinidad en Jesucristo, sentimiento expresado en el simbolismo de su Corazón, podemos responder amando a Dios y a los hombres, al Padre y a los hermanos, con esa misma calidad e intensidad de Amor. 
Y es que sólo quien se sabe amado de verdad por Dios en Jesucristo, es decir, sólo quien cree inviolablemente en su Amor personal, gratuito y entrañable, sabe y puede amar verdaderamente al mismo Dios y a todos los hombres con idéntico amor. 
Y en amar a la manera misma de Dios, con el mismo amor con que él ama, consiste precisamente la más alta perfección cristiana. En la misericordia, vivida así desde el núcleo mismo de la existencia -desde el corazón- residen la verdadera perfección humana y la verdadera santidad.
Es este el camino de la santidad que nos legó Juan Eudes. Un camino que él supo recorrer primero. Porque esta misericordia comprometida, esencial en su proyecto espiritual, había sido una vida plenamente comprometida antes que una reflexión teológica. Encontramos así una coherencia radical entre su existencia concreta y su doctrina espiritual. Su entrega a los apestados, sus fundaciones y empresas misioneras, no fueron ajenas a esta profunda experiencia de la mi­sericordia y el corazón de Dios.



[1] O.E., 598-599.





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