viernes, 12 de febrero de 2016

Jesús no es una doctrina, sino una pasión de misericordia


Los cristianos, desde el comienzo, hemos visto en Juan, el Bautista, al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a Jesús entre nosotros. Porque de eso, y sólo de eso, se trata el evangelio.
Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: "Preparen el camino del Señor". ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos en él y con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades, familias, grupos?
Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarse sólo de doctrina religiosa y catecismo. No es posible seguir a un Jesús convertido en una abstracción por sublime que ésta sea. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.
En medio del "desierto espiritual" de la sociedad moderna, hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús, el del inmenso y universal corazón. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e, incluso, no creyentes, en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.
En los evangelios no aprendemos una doctrina académica sobre Jesús, destinada irremediablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Lo que nos enseñan es un estilo de vivir, realizable por todos y en todos los tiempos y todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.
El relato evangélico nos invita a nacer a una fe nueva, no por vía de "adoctrinamiento" o de "aprendizaje teórico", sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana, no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir acompañados por Alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. 


El secreto de la "nueva evangelización" consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva. Sin él jamás entraremos en la dinámica de la auténtica y deseada misericordia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario