domingo, 14 de febrero de 2016

Llamados a ser misioneros de la misericordia

Tras un par de meses de puesta a punto y concienciación, el Año de la Misericordia entra en su fase de pleno rendimiento. Con tal tarea el Papa ha enviado, el 10 de febrero, a un millar de sacerdotes en condición de médicos de urgencia en ese hospital de campaña en el que él quiere convertir la Iglesia. En la bula los insta a ser “artífices ante todos en un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del bautismo”. 
Para este particular proceso de selección de personal Francisco ha fijado un perfil nada desdeñable: “confesores accesibles, amables, compasivos y atentos especialmente a las difíciles situaciones de las personas particulares”. Algunos han respondido a la petición avalados por sus obispos. Otros han sido designados directamente por Francisco.

En una sociedad que ha expulsado la palabra misericordia de su vocabulario, estos misioneros de la compasión ilimitada están llamados a anunciar a Jesús a través de mensajes directos y concretos a tantos hombres y mujeres cuya atención se reduce a las imágenes de un Whatsapp, a los caracteres de un tuit, o a los recordatorios de un post-it que ejercen de memoria externa ante el olvido colectivo de las raíces del ser humano.
No es baladí que el Papa haya convocado a estos sacerdotes el Miércoles de Ceniza ante los restos del padre Pío, modelo de confesor incansable. Cuaresma es tiempo de reconciliación, de volver a la casa del Padre sin que este regreso suponga un ajuste de cuentas sino una fiesta. Lamentablemente, los datos dicen que pocos retornan. Un discurso condenatorio, una visión catastrofista del mundo o la resistencia a lo institucional han hecho que unas jornadas de puertas abiertas resulten intento fallido. La encomienda de estos misioneros es aún mayor: salir a los caminos para hacerse los encontradizos, como aquellos de Emaús, ahora en los bares, en los rellanos, en los centros cívicos, en los ambulatorios, en las redes sociales…

Amén de la facultad de perdonar pecados sobre los que solo el Papa tiene autoridad, en la bula se hace hincapié en la urgencia de que propicien espacios de escucha y liberación. Pero está claro que esta última petición implica a todo el Pueblo de Dios, primer llamado a hacerlo posible en calles y plazas, sin avasallamiento, con un abrazo misionero, con una misericordia encontradiza, sin pretensiones condenatorias ni discursos amenazantes. Es decir, siempre con las manos extendidas, el abrazo disponible y el corazón abierto.
Es evidente que a nosotros, hijos e hijas de Juan Eudes, que por vocación y por herencia estamos llamados también a ser misioneros de la misericordia, nos corresponde asumir esa misma actitud, de forma permanente y no como algo puntual ni con segundas intenciones.

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