sábado, 27 de febrero de 2016

Más allá del egoísmo


Es nuestra diaria obligación darte gracias, Padre Dios,
por el ser que nos das y la creación que nos acompaña.
Nuestra mente no está capacitada para comprenderte
Tenemos una larga historia plagada de falsos dioses,
los que hemos creado confundiéndolos contigo.
Nos hemos empeñado en hacerte como nosotros, interesado,
más que justo justiciero, incluso vengativo,
te hemos puesto en una nube, guardando las distancias.
Qué equivocados andamos, eres pura bondad y amor,
cercano, comprensivo, generoso sin límite,
el mejor de los padres y la madre más entrañable.
No te define bien el calificativo de todopoderoso
aunque te llamen así en tantas oraciones.
Tienes tanto poder como para crear el universo,
pero sólo te mueve el amor cuando nos das tu vida.
Gracias, Dios nuestro, unidos a todos los que creen en Ti,
pero en nombre de todos los seres humanos,
recitamos en tu honor este himno de agradecimiento

Queremos hoy darte gracias, Padre santo,
por el privilegio de contar entre los seres humanos
a tu hijo Jesús, el hijo del hombre, nuestro modelo y guía.
Nos sorprenden todavía sus maravillosas parábolas,
que te retratan como un Dios increíblemente generoso,
accesible, al que podemos llamar confiadamente de Tú.
Hiciste bien en confiarle la implantación de tu Reino.
Su entrega a esta misión fue total,
curó de su ceguera a todo el que fue en su búsqueda,
y curó de su sordera a quien quiso escucharle.
Fue, como Tú, amigo de los pobres, de los enfermos,
fue el abogado defensor de cuantos sufrían injusticias.
Les mostró a todos ellos su solidaridad
y defendió a muerte su causa.

Remueve, Señor, nuestras entrañas, sacúdenos,
haz que nos atrevamos a salir de nuestra pasiva comodidad,
porque hacemos poco y tenemos que hacer mucho más
por la mucha gente que muere cada día de hambre,
de soledad y de angustia.
Su tragedia es angustiosa, desesperante,
aunque apenas les oigamos gritar
encerrados como vivimos en nuestras burbujas de egoísmo.
Envía, Padre santo, tu Espíritu sobre toda la humanidad.
Lo necesitamos con urgencia. Hoy más que nunca,
nos hemos distanciado mucho de tu proyecto de mundo.
Debemos asumir nuestra directa responsabilidad,
la de todos nosotros, y tomar medidas drásticas,
no conformarnos con ser aparentemente buena gente.
Tenemos que ir más allá de la ley y la costumbre.
Podemos contar con tu ayuda y unir nuestro esfuerzo
al de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Arropados por tan buenos hermanos, unidos a Jesús,
Dios todoamoroso, te suplicamos tu bendición paternal.
AMÉN.


MÁS ALLÁ DE LA EQUIDAD
Escrito por  Rafael Calvo Beca
Es nuestra diaria obligación darte gracias, Padre Dios,
por el ser que nos das y la creación que nos acompaña.
Nuestra mente no está capacitada para comprenderte
Tenemos una larga historia plagada de falsos dioses,
los que hemos creado confundiéndolos contigo.
Nos hemos empeñado en hacerte como nosotros, interesado,
más que justo justiciero, incluso vengativo,
te hemos puesto en una nube, guardando las distancias.
Qué equivocados andamos, eres pura bondad y amor,
cercano, comprensivo, generoso sin límite,
el mejor de los padres y la madre más entrañable.
No te define bien el calificativo de todopoderoso
aunque te llamen así en tantas oraciones.
Tienes tanto poder como para crear el universo,
pero sólo te mueve el amor cuando nos das tu vida.
Gracias, Dios nuestro, unidos a todos los que creen en Ti,
pero en nombre de todos los seres humanos,
recitamos en tu honor este himno de agradecimiento

Memorial de la Cena del Señor

Queremos ahora darte gracias, Padre santo,
por el privilegio de contar entre los seres humanos
a tu hijo Jesús, el hijo del hombre, nuestro modelo y guía.
Nos sorprenden todavía sus maravillosas parábolas,
que te retratan como un Dios increíblemente generoso,
accesible, al que se puede llamar confiadamente de Tú.
Hiciste bien en confiarle la implantación de tu Reino.
Su entrega a esta misión fue total,
curó de su ceguera a todo el que fue en su búsqueda,
y curó de su sordera a quien quiso escucharle.
Fue, como Tú, amigo de los pobres, de los enfermos,
fue el abogado defensor de cuantos sufrían injusticias.
Les mostró a todos ellos su solidaridad
y defendió a muerte su causa.

Invocación al Espíritu de Dios

Remueve, Señor, nuestras entrañas, sacúdenos,
que nos atrevamos a salir de nuestra pasiva comodidad,
porque hacemos poco y tenemos que hacer mucho más
por la mucha gente que muere cada día de hambre.
Su tragedia es angustiosa, desesperante,
aunque apenas les oigamos gritar desde nuestra burbuja.
Envía, Padre santo, tu Espíritu sobre toda la humanidad.
Lo necesitamos con urgencia. Hoy más que nunca,
nos hemos distanciado mucho de tu proyecto de mundo.
Debemos asumir nuestra directa responsabilidad,
la de todos nosotros, y tomar medidas drásticas,
no conformarnos con ser aparentemente buena gente.
Tenemos que ir más allá de la ley y la costumbre.
Podemos contar con tu ayuda y unir nuestro esfuerzo
al de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Arropados por tan buenos hermanos, unidos a Jesús,
Dios todoamoroso, te suplicamos tu bendición paternal.
AMÉN.




viernes, 26 de febrero de 2016

LA MISERICORDIA TIENE UN NOMBRE: JESUS




Cuando Dios quiso revelarse al hombre como misericordia plena no buscó otra imagen, otra mediación, que el mismo hombre, mejor dicho, aquella «oscura promesa del ser humano»[1], aquel «algo radicalmente divino»[2], aquella in­vi­tación a la reali­zación plena en la felicidad, sembrada en el seno mismo de la natura­leza humana. A partir de allí se desencadenó un proceso que culminaría en Cristo, la re­vela­ción plena, a la vez, de Dios y del hombre. El hombre había sido creado como anun­cio del «Hombre futuro» (Rom 5,14), para que apareciera Cristo, el pre-exis­tente. Por Cristo todo fue creado y todo existe para llegar a Dios a través de Cristo; por eso, todo hombre lleva en sí una huella divina; todo hombre fue y sigue siendo una pro­mesa profética de Cristo[3] y una proyección histórica de Cristo. En otras palabras, por Cristo se reveló el misterio pleno del hombre. Por consiguiente, cualquier camino hacia Dios, cual­quier proyecto de santidad, que no gire sobre este gozne -Cristo- y pretenda otras me­diaciones, es idolatría.

El N.T. presenta a Jesús como «el Santo de Dios» (cf. Lc 4,34; Mc 1,24; Jn 6,69; Hech 7,56), o sea, como quien purifica el mundo capacitándolo para glorificar a Dios. El une el universo de las cosas, de las personas y de la historia al «Todo Santo», y al unirlo lo santifica. Porque para la Biblia, todo lo que se relaciona con el Santo se vuelve santo por participación o conta­gio: el pueblo, el templo, los objetos sagrados, la tierra, las personas, etc. La santidad no puede considerarse desvinculada de Dios, fuente única de toda santidad: «¡Tú solo eres santo!». Y nadie puede entrar en contacto con El sin contagiarse de El.

Porque el N.T. también nos muestra a Jesús como el que existía sólo para y por los demás, el Padre y los hombres. Así, Hechos 10,38 sintetiza su ministerio en una sola frase: «el que pasó haciendo el bien»; y todo el N.T., en sintonía con la gran tra­dición profética del A.T., nos ex­plica cómo fue ese «pasar haciendo el bien». La carta a los Hebreos, por su parte, muestra, a Jesús, de manera sistemática, como el hombre fiel a Dios y a los hombres, cercano y solidario con ellos en la misericordia, ya que «no se averguenza de llamarlos herma­nos» (Heb 2,12).


Y esta conducta no fue sólo expresión de su alma noble, sino una verdadera reve­la­ción; así se reveló, definitivamente, el verdadero nombre de Dios: él es el «Abbá», o sea, un Padre de bondad, ternura y misericordia. El es el «Padre santo» (Jn 17,11) y el «Padre justo» (Jn 17,26). Como «Padre santo» rompe las estrecheces de la crea­ción, quiebra todos nuestros mol­des; como «Padre justo» es el Dios que se compadece de nuestra pequeñez y planta su tienda entre nosotros, el Dios que nos ofrece su Reino. Ambas expresiones -abbá y la cercanía del Reino de Dios-  vie­nen a significar, en la enseñanza de Jesús, lo mismo: que Dios es amor ab­soluto, gra­tuito e incondicional; es decir, que ama sin exigir condiciones previas para que su amor pueda darse, porque es puro don; y que El es siempre quien ama pri­mero, sin que las actuaciones concretas de los hombres puedan alterar su amor (cf. Mt 5,46-47 y Lc 6,33).

Por eso los evangelios comienzan diciéndonos que Je­sús es el «Dios con nosotros» y luego nos muestran su existencia enteramente dedi­cada a insertar la bondad de Dios en la historia y condición humana; incluso para explicitar el mis­terio de Cristo -su cruz y resurrección- se ven forzados a narrar lo con­creto de su vida, su «ser como nosotros», presentándolo como un auténtico evan­gelio del Padre de las miseri­cordias. «El anuncio de Jesús sobre el Padre resume de modo personalísimo la totali­dad de su mensaje»[4]. Y lo que él nos revela, con sus obras y palabras, es que el Pa­dre tiene corazón: a ello estu­vie­ron encaminadas las pa­rábolas de la misericordia, las bienaventuranzas, y muchos otros signos en la palabra y las acciones de Jesús. 

La Buena Noticia
Es así como el mismo Jesús se constituye en buena noticia para el hombre, no sólo por su oferta de salvación y su mensaje sino por su misma persona, por ser como fue y actuar como actuó. El mayor de todos sus signos fue él mismo. El que haya sido uno de nosotros -«un poco menor que los ángeles» (Heb 2,9)-, el que haya partici­pado de nuestra debilidad y podido compade­cerse de nuestras flaquezas, el que como nosotros haya tenido que aprender obediencia y pasar por el clamor y las lágrimas, es ya, en sí, -según la carta a los He­breos-, una estupenda noticia, que anima y alienta, que produce alegría y esperanza. Por eso, para animar a sus lectores en la vida coti­diana, el autor no encontraba nada mejor que pedirles tener «los ojos bien fijos en  Jesús» (Heb 12,2).

La realidad en la que Jesús vivió era una realidad de opresión y sufri­miento, y ante ella su reacción primaria fue la misericordia. Misericordia expresada, primero, en un decidido rechazo a esa realidad que hacía sufrir injustamente a tantos y, luego, en la voluntad de erradicarla. El sufri­miento del hombre se le hacía intolerable; por eso re­accionaba como reac­cionó: con sig­nos de superación de ese sufrimiento (milagros, exorcismos, acogida a los pecadores, etc.), con denuncias y des­en­mas­ca­ra­mientos de la rea­lidad opre­sora -a todos los niveles-, con exigencias de una fe trans­formadora...

Esto ya era una gran noticia: había aparecido el hombre de la misericordia. Pero lo era más que se tratara de una misericordia sin condiciones, no motivada por ninguna otra cosa, salvo por el sufrimiento del hombre. Esto no es frecuente, ya que puede haber mu­chas expresiones de miseri­cordiapero la que se  ejercita por sí misma sin ningún otro interés, con total gratuidad, no abunda. Lo normal es que, en el ejercicio de la mi­sericordia, los hombres y las instituciones busquen, además del bien ajeno, "tam­bién" su propio provecho, incluso cuando hablan de "liberación". Que la mi­sericordia sea lo primero y lo último, y que a ello se supedite lo demás y no a la inversa, que por ella se corran riesgos, que en definitiva se dé el amor  únicamente al otro, no es algo frecuente. En Jesús, sí: en él la misericordia era lo primero y lo último, se justi­ficaba en sí misma y por sí misma, y a ella había que supeditarlo todo, hasta la santi­dad. Mejor dicho, ella era la santidad[5]. La suya y la de los demás. Y, de esa manera, el mensaje profético del A.T. se confirmaba: Dios realmente es misericordia.

¿No sentimos cómo se transparenta ya en toda esta teología el mensaje de Juan Eudes, el misionero de la misericordia?



[1] GONZALEZ FAUS J.I., Op. cit., p. 86.
[2] Cf. arriba, nota 3.
[3] Cf. SEIBEL W., en Mysterium Salutis II, 2, 904.
[4] W. KASPER, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1985, p. 171.
[5] Cf. J. SOBRINO, «¿Es Jesús una buena noticia?», en Sal Terrae, 960 (1993), 595-608.

jueves, 25 de febrero de 2016

Re-creando hoy la Espiritualidad de Juan Eudes

La espiritualidad propuesta por san Juan Eudes es ante todo un sistema de valores enfrentados a ciertos antivalores en boga. En cuanto tal, sólo posee una existencia virtual, que se actualiza en la medida en que cada uno de nosotros la expresa en obras convincentes y coherentes.
Aún las espiritualidades más elevadas, si no son permanentemente reinventadas por una tradición viva, se oscurecen y degeneran. Al nacer, alimentan, exaltan, animan, mueven; pero con el paso del tiempo se van adormeciendo e incluso envenenando» (Marcel Legaut, Vivre pour être, Paris, Aubier-Montaigne, 1974, p. 144-145)
En el marco eudista, para que nuestra espiritualidad sea viviente y creadora, la frecuentación de los textos que dejó san Juan Eudes como así también los estudios e investigaciones de orden científico que se han hecho al respecto, son indispensables para rescatar la verdad misma de la experiencia que deseamos actualizar. De ahí la importancia de no aislar los escritos del P. Eudes de su persona, de su vida y de sus actividades, y pasar de la palabra al hacer, utilizando los instrumentos de conocimiento que poseemos hoy, con la intención de continuar la acción misionera de ese ser humano tan especial que se llamó Juan Eudes, y su experiencia espiritual, tal como nos ha llegado en sus palabras, sus frases, sus conceptos y sus acciones. 
Esta búsqueda nos llevará a captar la vena creadora y la fecundidad de su vida interior. Luego tendremos que esforzarnos en acceder nosotros también a su personal experiencia espiritual, reviviéndola, y, de alguna  manera, "recreándola" para nuestro tiempo.
Si procedemos así, Juan Eudes nos conducirá necesariamente al Evangelio y a Jesús, que debe ser la meta principal de todo auténtico discípulo de Jesús. Este modo de buscar y descubrir la experiencia para poder acceder a ella, hacerla revivir y recrearla, no es nuevo. Lo ha sido de todos los tiempos y también desde nuestros orígenes eudistas, porque el mismo Juan Eudes nos lo propone así. Nos basta con ver lo que nos sugiere en Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas para convencernos.
Hoy más que nunca se necesitan hombres de oración y adoración, como Juan Eudes lo indica, tan persuadidos de la necesidad de su tarea que, incluso privados de toda posibilidad de acción sobre sus semejantes, sepan responder a lo esencial de su vocación repitiendo y buscando a Dios desde y en los desiertos contemporáneos: “tú eres el que es, nosotros somos los que no somos”. Pero también hombres y mujeres de misericordia y compromiso.   
Un nuevo tiempo comienza, nos insiste el papa Francisco. Y Jesús quiere vivirlo en y con nosotros. Él no se encerró sino que se mantuvo caminando y viviendo en medio de los hombres. Con nosotros él sigue estando entre los hombres de hoy…  En nosotros no cesa de ser enviado, cada día, a toda la humanidad de nuestro tiempo, de todos los tiempos, de mi ciudad y del mundo entero»[1] en y con el espíritu de Juan Eudes. Siempre oliendo a pueblo como ha pedido Francisco y como lo vivió nuestro Padre y Fundador de los terribles años de la peste. 

[1] Cit. Por Charles-Henri de Blavette, en L‘école française de spiritualité, en Vie Eudiste (1999-1) 14

VIDEO CUARESMA 2016: Levántate y anda

LEVÁNTATE Y ANDA

"Misericordia quiero...". 
Precioso video que nos anima a cambiar el mundo inundándolo de misericordia
.

miércoles, 24 de febrero de 2016

La solidaridad en el pensamiento eudista

El mensaje de Jesús no consiste en un delirio romántico, o en una hipertrofia del amor. Al contrario, su mensaje entraña también una moral muy exigente y radical; pero una moral cuya motivación última es la de «ser misericordioso como Dios es misericordioso»  (Mt 5, 48; Lc 6, 36; Ef 5,1).
Sólo desde esta perspectiva se entiende aquel «ama, y haz lo que quieras» de san Agustín. En realidad el cristiano no obedece a Dios, sino que se identifica con Dios, «practica a Dios», en audaz expresión de Gustavo Gutiérrez.
El tema de la «imitación de Dios» es conocido en la filosofía moral griega, pero en la boca de Jesús recibe un sentido propio, que procede de su peculiar experiencia de Dios. Ya no se trata de identificarse con la “Palabra” que rige imperturbable el curso de la natura­leza, sino con un Dios-amor que irrumpe gratuitamente en la historia para comunicar su vida, ante todo como esperanza y liberación para quienes más sufren. Se trata de «ser como» ese Dios, que se expresa como gratuidad, como salir de sí mismo para construir una humanidad solidaria y fraterna. Por eso, la cumbre de la moral de Jesús reside en la no-violencia y en el amor a los enemigos (Mt 5,38-48). La misma pro­gresión literaria de las seis antítesis del Sermón del Monte (Mt 5,21-48) muestra claramente que aquí culminan las exigencias morales de Jesús. El amor a los enemigos es el más gratuito y desinteresado, el más misericordioso, y, por eso mismo, el que más nos identifica con Dios; es el amor que nos hace hijos de Dios (Mt 5,43-48).
Parece que en este último caso Jesús pide algo imposible y no es ahora el momento de desarrollar en qué consiste el amor a los enemigos. Baste decir que, en efecto, Jesús pretende inver­tir una tendencia humana muy arraigada, una ley que ha presidido la evolución de toda la vida desde sus formas más elementales: la ley del más fuerte y del cálculo intere­sado a partir del propio yo. 

Jesús sustituye la ley del más fuerte por la solidari­dad con el débil, y quiere introducir el principio del amor gratuito en las relaciones humanas: a partir de Jesús la gratuidad dejará de ser una locura para convertirse en nota esencial de cualquier amor verdadero. Esto es lo que se ha llamado la «mutación mesiánica», el salto cualitativo que introduce Jesús, el don del Padre y la fuerza del Espíritu; es la expresión, en la moral humana, de la realidad nueva del Reino de Dios como Reino del amor del Padre, convertido en principio nuevo de actuación. Dios no nos ama por lo que somos sino que nos ama para que seamos.
Las consecuencias son obvias: estamos llamados a abrir siempre un margen de confianza a las posibilidades personales de todo prójimo, hasta del aparentemente más envilecido -la prostituta, el drogadicto, el malandro, el delincuente…-, porque esto es respetar su libertad y dignidad como Dios respeta a cada uno de sus hijos. Dios no nos espera para juzgarnos sino para manifestar sin velos su amor. Dios es puro amor y, por tanto, el hombre no será juzgado por ninguna norma ex­terna, sino que él mismo, con su libertad, puede crear las referencias que le juzguen. Por eso Jesús nos exhorta a que -en nuestra actitud más profunda- amemos incluso al enemigo y no juzguemos para que tampoco nosotros seamos juzgados (Mt 7,1-2).
Nadie ha proclamado exigencias más altas de amor gratuito que Jesús; nadie en Is­rael mostró mayor cercanía a los pecadores, hasta provocar el escándalo de los guar­dianes del sistema; nadie infundió una esperanza más grande a los pobres. Pero tam­poco nadie condenó con mayor fuerza la violencia de los poderosos que oprimen al humilde, al pequeño, al indefenso, al ignorante (Mc 10,42-45); ni nadie denunció con mayor claridad a una clase sacerdotal corrupta; ni nadie fue más duro con las autoridades doctrinales que usaban a Dios en beneficio propio imponiendo cargas insoportables a la gente. En la medida en que Jesús habla con singular radicalidad de un Dios que es puro amor gratuito  (“Gracia”), saca a la luz, y combate, con igual radicalidad, la violencia social, doc­trinal y religiosa, que es la negación histórica del Reinado de ese Dios.
Aquí tocamos de nuevo la idea matriz del pen­samiento eudista: la autorrenuncia, el salir del propio amor, del querer e in­terés personales... La realidad a que alude el Juan Eudes no ha pasado de moda en absoluto: sigue siendo muy real la necesidad que tenemos de autoliberarnos de nosotros mismos y de nuestras potentes au­tocurvaturas, si es que realmente queremos hacer posible el verdadero Amor; un Amor que pide la múltiple fecundidad del amor. 

No significa esto caer en cierto voluntarismo pelagiano sino enten­der que hemos de corresponder a la Gracia. Porque es ella la que obra en nosotros esa maravilla que Juan Eudes llamaba la nueva creación, por tanto no como mejora de algo ya preexistente[1] sino como re-fundación en el Amor para el amor.
Juan Eudes estaba consciente de que el amor misericordioso de Dios nos re-funda radicalmente, no por parcheo de lo que ya somos sino por comunicación gratuita de lo que de ninguna manera somos nosotros[2]. Esa es la razón por la que la existencia cristiana se experimenta en el fondo como una ex-sistencia, algo que nace de Otro y se vive desde Otro. Como lo fue la experiencia de Jesús con respecto a su Padre. Acercándonos a lo que los teólogos y psicólogos actuales denominan la alteridad, o se la entrega al otro.

[1] O.E., 2a. ed., p. 346.
[2] O.E., Ibidem.

La devoción al Corazón de Cristo como camino de santidad


Si el corazón humano es principio dinámico, impulso vi­tal, fuente de energía, cualquier espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús es -debe ser- fundamentalmente una espiritualidad apostólica: fuente y principio de una acción pastoral mística, y comprometida en su esencia y su verdad. Al fin y al cabo, el auténtico apostolado es una expresión del Amor de Dios manifestado en el Corazón de Cristo.
Todo apóstol auténtico es un instrumento activo y responsable, un signo visible y eficaz de ese Amor misericordioso y salvador (personal, gratuito y entrañable) con el que Dios ama a los hombres, especialmente a los más pobres y necesitados. 

Por lo tanto, quien de verdad vive una espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús está consciente de que es Jesús quien de verdad ama al Padre y a los hermanos a través suyo. Y esa «conciencia» es, a la vez, fuente de gozo y estímulo de fidelidad, entrega, servicio, y pasión misionera.
El movimiento inicial -vital y primero- es la misericordia recibida de Dios y luego transmitida a los demás: en otras palabras, la experiencia del corazón divino es espiritual y carnal. De allí surge casi espontáneamente la invitación a la santidad que nos hace san Juan Eudes:
«Entre las divinas perfecciones cuya semejanza lleva en sí el santísimo corazón de nuestro Salvador, debemos reservar devoción particular a la di­vina misericordia, para grabarla en nuestro corazón. Oh benignísimo y mi­sericordioso Corazón de Jesús, imprime en nuestros corazones la imagen perfecta de tus grandes misericordias para que nos ajustemos al manda­miento que nos has dado has dado: Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso»[1].
Y es que desde esta experiencia de ser amados y de sabernos amados personal, gratuita y entrañablemente por Dios-Trinidad en Jesucristo, sentimiento expresado en el simbolismo de su Corazón, podemos responder amando a Dios y a los hombres, al Padre y a los hermanos, con esa misma calidad e intensidad de Amor. 
Y es que sólo quien se sabe amado de verdad por Dios en Jesucristo, es decir, sólo quien cree inviolablemente en su Amor personal, gratuito y entrañable, sabe y puede amar verdaderamente al mismo Dios y a todos los hombres con idéntico amor. 
Y en amar a la manera misma de Dios, con el mismo amor con que él ama, consiste precisamente la más alta perfección cristiana. En la misericordia, vivida así desde el núcleo mismo de la existencia -desde el corazón- residen la verdadera perfección humana y la verdadera santidad.
Es este el camino de la santidad que nos legó Juan Eudes. Un camino que él supo recorrer primero. Porque esta misericordia comprometida, esencial en su proyecto espiritual, había sido una vida plenamente comprometida antes que una reflexión teológica. Encontramos así una coherencia radical entre su existencia concreta y su doctrina espiritual. Su entrega a los apestados, sus fundaciones y empresas misioneras, no fueron ajenas a esta profunda experiencia de la mi­sericordia y el corazón de Dios.



[1] O.E., 598-599.





lunes, 22 de febrero de 2016

¿CÓMO HABLAR DE MISERICORDIA SI SEGUIMOS CALLANDO ANTE EL SUFRIMIENTO DE TANTOS NIÑOS?



SU DOLOR SIGUE AHÍ...
AMARGO Y APARENTEMENTE SIN ESPERANZA...
SON MILLONES COMO ELLA,
EN TODO EL MUNDO, 
EN TODOS LOS PAÍSES,
EN TODAS PARTES...
POR DIVERSAS RAZONES
EN DISTINTAS CIRCUNSTANCIAS

¿Y NO HAY NADIE QUE SE HAGA CARGO
DE ESE INHUMANO SUFRIMIENTO?

¿DÓNDE ESTÁN LOS CREYENTES EN EL DIOS DE LA VIDA,
CRISTIANOS, JUDÍOS, MAHOMETANOS, HINDÚES, BUDISTAS, Y TANTOS OTROS,
QUE ORAN Y ORAN Y ORAN,
PERO SIGUEN INDIFERENTES AL DOLOR DE
ESOS MILLONES DE PEQUEÑOS?

¿CÓMO HABLAR DE MISERICORDIA?

¿QUÉ HEMOS HECHO DEL EVANGELIO
Y DEMÁS  ESCRITURAS SANTAS?

¿PAPEL SÓLO, SÓLO PAPEL?
¿PALABRAS, SÓLO PALABRAS?



Ramón Rivas

jueves, 18 de febrero de 2016

En camino hacia la espiritualidad eudista de la misericordia

Tener misericordia es saber recibir al «otro», quienquiera que sea y como sea, sin condiciones, tal como es, diferente, y no sólo según la imagen que uno se hace de él. Se trata de dejarlo ser él mismo. 
Evidentemente, esto no resulta nada fácil: es una experiencia ardua, exigente y desgarradora, que pone en tensión lo más profundo e íntimo del propio ser y supone una gran calidad de vida. 
Como don de Dios, entraña un largo camino de liberación interior, que pone a prueba las articulaciones más profundas del hombre, sus paradojas y luchas, sus esperanzas e incertidumbres. Sólo se llega a ella después de haber renunciado al propio yo para adherirse a Jesús. “Nada somos, nada podemos, nada valemos....” diría Juan Eudes. Porque si queremos llegar a ser «capaces de Dios» debemos empezar por aceptar que siempre hay que estar aprendiendo a dejar que Dios sea Dios, que sea de veras él mismo y que influya en mi propia vida siendo eso Otro, siendo lo que es él mismo, Miseri­cordia esencial y amor gratuito
Se trata, en síntesis, de dejar entrar en mí a Dios como Dios, como el completamente Otro y no solamente como mi «diosecito» de uso particular. Aunque suele suceder que cuando Dios entra, la vida se nos complica tremendamente. Pero esa complicación tiene su sentido pleno y su valor absoluto.
La autorrenuncia, al estilo de Juan Eudes, en cuanto actitud existencial, entraña una apertura total al don de Dios, exige un espacio interior, abierto, libre y receptivo, y empuja a un compromiso serio, real, histórico. Es decir, implica una receptividad total que, en cuanto muerte a uno mismo, hace germinar una vida nueva al ciento por uno. Por eso mismo es la única experiencia que hace posible una auténtica misericordia. 
Efectivamente, es en ese palpitar del amor profundo y de la vida ueva ndonde se realiza la misericordia, porque es ahí donde se da el encuentro personal y definitivo con el Dios-Amor, el Dios-Vida, el Dios-Gracia. Así lo había descubierto el apóstol Juan cuando pudo escribir en el Evangelio:
«En aquel día conocerán Uds. que yo estoy en el Padre y que ustedes están en mí y yo en ustedes... Si alguno me ama, observa mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él ye estableceremos en él nuestra morada» (Jn 14,20-2
De ese modo, el amor de Dios genera en nosotros no sólo un movimiento que nos lleva a entroncar vida e imaginación activa, sino también todas las dinamizaciones históricas de que seamos capaces como individuos, comunidades e Iglesia, en el proyecto de Dios: la inclusión en la fraternidad vivida desde y hacia la inclusión en la filiación. Ese mismo amor nos hace conscientes de que cual­quier otro entroncamiento, no sólo el que sirve a sistemas patentes de ex­clusión (personales o estructurales) sino también aquel que articula proyec­tos "buenos" al servicio de subjetividades enfermizas, carece de calidad espiri­tual y no vehicula la salvación de Dios. Realmente, sólo el amor-misericordia es digno de esperanza, como sólo él es digno de fe.
De ahí la importancia de que toda nuestra actividad se sitúe bajo la luz de la misericordia divina para que se convierta en instrumento y pro­longación de su actividad salvadora. De ahí también la importancia de que nuestro "deseo" se estructure, unifique y radicalice en la dirección pro-vo­cativa a la que apunta Jesús: «sean misericordiosos (=buenos del todo) como misericordioso es su Padre del Cielo» (Mt 5,48; Lc 7,36). 
San Juan de la Cruz expresó de un modo sublime ese deseo puesto ya en acción«Que ya sólo en amar es mi ejercicio». Y es que, como lo decíamos en un blog anterior, cuando el cristiano se abre al Amor de Dios, disponible y agradecidamente, todo cambia en él: es re-creado, re-fundado, re-hecho (Cfer. Juan Eudes). Y, como fruto de esa re-fundación operada por el amor de Dios, el antiguo ser, posesivo y excluyente, se transforma en posibilidad de amor gratuito. Esto hace posible que el hombre pueda ser realmente «como Dios» (Mt 5,48) y adherirse íntimamente a Cristo para «reproducir su imagen» (Rom 8,29).
Pero esa experiencia está llamada también a prolongarse en un obrar como el del Padre y el del Hijo. Típico del obrar del Padre es poner ser en la nada, in­clusión en la exclusión, vida en la muerte, misericordia en el pecado, espe­ranza en la inmanencia cerrada... Típico del obrar histórico del Hijo es reali­zar ese sueño de Dios sobre el mundo a través del compromiso "sesgado" de su vida en favor de los pobres. Para ser universal, el ágape de Dios y de Jesús se hace apasionadamente "parcial".
La espiritualidad de la misericordia tiene que andar por ahí. Salir del ámbito asfixiante de la legalidad, apartarse de una vida cristiana vivida como mero cumplimiento o bajo la compulsión del deseo, para abrirse al apasionamiento e inventiva del Espíritu del amor. Nos invita a "acurru­carnos" en torno al talante de la misericordia, a dejarnos configurar por el Espíritu de la misericordia que es configurarnos con Cristo.

Tendríamos que atrevernos a pensarnos así siempre, como criaturas amadas y por eso capaces de amar, contra toda otra constatación de lo contrario. Esa experiencia abre al gozo y a la dinamiza­ción personal, dos facetas de las que tan necesitados andamos hoy en día. La Iglesia entera, y dentro de ella cada comunidad y cada cristiano, tendrían que hacer corro en torno a la misericordia y subordinarlo todo, ordenarlo todo -instituciones y carismas- a su servicio. Esa es la única manera que tenemos todo de hacer presente al Se­ñor Jesús.

miércoles, 17 de febrero de 2016

¿Será que tú también quieres abandona a Jesús?

El mundo en que vivimos no puede ser considerado ya como cristiano. Las nuevas generaciones no aceptan fácilmente la visión de la vida que se transmitía de padres a hijos por vía de autoridad. Las ideas y directrices que predominan en la cultura moderna se alejan mucho de la inspiración cristiana. Vivimos en una época «poscristiana».
Esto significa que la fe ya no es «algo evidente y natural». Lo cristiano está sometido a un examen crítico cada vez más implacable. Son muchos los que en este contexto se sienten sacudidos por la duda y bastantes los que, dejándose llevar por las corrientes del momento, lo abandonan todo.
Una fe combatida desde tantos frentes no puede ser vivida como hace unos años. El creyente no puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones. La fe va a depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será cristiano quien tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo. En el futuro, el cristianismo será fruto de una opción libre y responsable. Este es el dato, tal vez, más decisivo en el momento religioso que vive hoy el mundo: se está pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por elección.
Ahora bien, el hombre moderno necesita apoyarse en algún tipo de experiencia positiva para tomar una decisión tan importante. La experiencia se está convirtiendo en una especie de patente de autenticidad y en factor fundamental para decidir la orientación de la propia vida. Esto significa que, en el futuro, la experiencia religiosa será cada vez más importante para fundamentar la fe. Será creyente aquel que experimente que Dios le hace bien y que Jesucristo lo ayuda a vivir.

Hay un relato evangélico de Juan que resulta hoy más significativo que nunca. En un determinado momento, muchos discípulos de Jesús dudan y se echan atrás. Entonces Jesús dice a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le contesta en nombre de todos desde una experiencia básica: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».
Muchos que se dicen cristianos se mueven hoy en un estado intermedio entre un cristianismo tradicional y un proceso de descristianización. Pero no es nada bueno vivir en esa ambigüedad. Es necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Muchos abandonan lo religioso pues piensan que les irá mejor. Y tú, ¿también quieres irte del grupo de seguidores de Jesus? 
Porque quien se acerca a Jesús tiene, con frecuencia, la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.
Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales. Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.
Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con ese evangelio. No han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y directamente sus palabras. Su mensaje les ha llegado desfigurado por demasiadas capas de doctrinas, fórmulas, conceptualizaciones y discursos interesados.
A lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre la persona de Jesús, sobre su actuación y su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido, a veces, a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los hijos de Dios.
Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bien intencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados, sin lograr encontrarse con El.
No nos ha de extrañar la interpelación de J. Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».
Sin duda, uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia actual es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ayudarles a abrirse camino hacia él. Acercarlos a su mensaje.



Muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia, quizás porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».

lunes, 15 de febrero de 2016

El año de la misericordia y sus exigencias

Como insistía el papa Francisco al convocar a toda la Iglesia para celebrar el Año Santo extraordinario de la Misericordia, éstA es la característica que mejor podemos aplicar al Dios cristiano. Y lo repite con frecuencia: Dios tiene dos nombres: padre y misericordioso. Sin embargo este atributo de Dios, su ADN , ha sido muchas veces silenciado debido a que el cristianismo se ha contaminado de las religiones y filosofías circundantes que han hecho que le apliquemos a Dios atributos inadecuados como todopoderoso, justiciero, inflexible, que castiga a los malos y a los buenos que se descuiden, etc. El Dios griego ni amaba ni podía ser amado. Hasta los mismos credos cristianos se han contaminado, como por otra parte es perfectamente lógico, de expresiones culturales no demasiado exactas, pues están inspiradas más en las filosofías imperantes en los primeros siglos del cristianismo que en el Evangelio.
Está claro que el Dios que nos está manifestando Jesús es distinto al que muchas veces hemos encerrado en nuestros catecismos. Por eso el papa afirma en la bula de convocatoria del jubileo “El rostro de la misericordia”, que en la actualidad el Espíritu nos llama a hablar de Dios a las personas de un modo más comprensible. Derrumbando las murallas que por mucho tiempo habían recluido a la Iglesia en una ciudadela privilegiada. Estamos llamados a anunciar el Evangelio de un modo nuevo (4)… Estamos llamados ser un signo vivo del amor del Padre que consuela, perdona y ofrece esperanza para todos, nos dice Francisco, el papa de la misericordia.
Es verdad que Dios es justo, pero su justicia no es como la del mundo. El cardenal Kasper en su libro “La misericordia, clave del Evangelio y de la vida cristiana” nos lo repite varias veces: la justicia de Dios es su misericordia. Un sacerdote amigo suele referir que recién salido del seminario hace ya más de 60 años, le correspondió predicar unas misiones en un pueblecito campesino. Una noche tocaba hablar del infierno. Y así lo hizo. Al final del sermón se le acercó una sencilla mujer y le dio la mejor clase de teología que había escuchado. La buena mujer le dijo: Padre, si yo tengo un hijo y hace algo malo, siempre lo perdonaré, nunca lo mandaré al infierno. 
Es mi convicción también y en ello insisto siempre que puedo: si Dios es un padre que nos quiere tanto, no pude castigar a nadie con el infierno eternamente por malo que sea. 
El papa nos invita a hacer de nuestras parroquias e instituciones oasis de misericordia (12). Por eso el lema del año santo es “Misericordiosos como el Padre”. En el número 15 de la bula que comentamos nos dice Francisco cómo podemos ser misericordiosos como el Padre: “Abriendo el corazón a los que viven en las más contradictorias periferias que crea el mundo moderno; curando las heridas de los que no tienen voz y son víctimas de la indiferencia; lavando sus heridas con el óleo del consuelo; abriendo nuestros ojos para ver la miseria del mundo; que nuestras manos estrechen las manos de los que sufren para que sientan el calor de nuestra presencia; que su grito sea el nuestro y juntos romperemos las barreras de la hipocresía; entrar todavía más en el corazón del Evangelio donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina; acercarnos a los que están solos y afligidos; perdonar al que nos ofendió; rechazar cualquier forma de violencia”. “No olvidemos, termina el papa, que en la carne de los más débiles se hace presente el rostro de Cristo mismo como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, refugiado, para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos, lo asistamos con cuidado, pues en el ocaso de nuestra vida, nos dice san Juan de la Cruz, seremos juzgados en el amor”.


Una excelente lección la que nos da Francisco. Un comprometido y solidario programa para el año que estamos viviendo. Por eso es muy doloroso que tantos de nuestros pastores eclesiales hablen tan poco de Francisco y cuando lo hacen suelen silenciar sus mensajes más contundentes. Sin duda, en nuestro país necesitamos obispos nuevos y renovadores que hagan que la Iglesia salga del Bunker, esto es, que eliminen de nuestras instituciones el restauracionismo teológico y la involución en la vida pastoral. El Año de la Misericordia podría ser el deseado momento para adelantar un nuevo proceso de renovación y compromiso.

Juan Eudes, apóstol y profeta de la misericordia

Apóstol y profeta de la misericordia


A las certezas que hemos venido meditando llegó Juan Eudes a través de diversos caminos, logrando ensamblar una sólida doctrina sobre la misericordia. Podemos, incluso, afirmar que también en esto Juan Eudes fue evangelizado por los pobres. Porque su primer contacto con la misericordia de Dios fue su propia experiencia cuando los episodios de la peste en los que se sumergió decididamente. Allí, al cargar con el dolor de las víctimas, Juan Eudes descubrió y entendió el corazón amoroso y tierno de Dios.
Pero, además, un realista conocimiento del hombre, reforzado por su pesimismo agustiniano, lo hizo concluir que entre el «Dios todo corazón» y el hombre miserable no podía haber más relación que la miseri­cordia; en otras palabras, en la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios «todo es gracia»: «Todas las cosas que están en el orden de la naturaleza, en el orden de la gracia y en el orden de la gloria son efecto de la divina misericordia. Hay tres efectos principales de la misericordia de Dios: el primero es el hombre-Dios; el segundo, el cuerpo místico del hombre-Dios, que es la santa iglesia; el tercero, la divina madre de este hombre-Dios. Todas estas cosas, es decir, todos los estados y misterios de la vida del Hombre-Dios, todos los pensamientos que él ha tenido por nuestra salvación... todos los sacramentos que él ha esta­blecido en su iglesia... todas estas cosas son efectos de la divina miseri­cordia...».
Y de allí Juan Eudes va deduciendo que la misericordia reclama misericordia. Comentando, por ejemplo, aquello de Pablo en Ef 5,1-2 -«sean imitadores de Dios como hijos queridos y vivan en el amor»-, nos advierte con emoción: el Jesús que debemos «formar en no­sotros» es el Hijo del Padre de las misericordias: «El Padre eterno es lla­mado el Padre de las misericordias porque es el Padre del Verbo Encarnado, que  es la misericordia misma». Por lo tanto, también nosotros debemos estar al servicio de la misericordia; la síntesis más plena y hermosa de esta idea es la que tenemos en aquella célebre carta dirigida a sus hijos eudistas: «somos los misioneros de la divina misericordia, enviados por el Padre de las misericordias, para distribuir los tesoros de su misericordia a los miserables, es decir, a los pecadores, y para tratarlos con un espíritu de misericordia, de compasión y de ternura».
Pero, como buen normando, era hombre práctico y temía que todo se quedara en un vago sentimentalismo; sabiamente sintetizó esta preocupación en el pasaje que hemos venido citando: «La misericordia requiere tres momentos: el primero, tener compasión de la necesidad ajena; porque es misericordioso aquel que lleva en su corazón las  miserias de los que sufren; el segundo, tomar la resolución decidida de socorrerlos; el tercero, pasar del querer a los hechos. Nuestro Redentor se encarnó para ejercer de este modo su misericordia con nosotros». O sea, tres cosas le son requeridas a la misericordia si quiere ser auténtica: tener compasión de la miseria del otro, demostrar una voluntad firme de socorrerlo en sus miserias, y pasar de la voluntad al hecho. Por tanto, no significa nada «llevar en el corazón las miserias de los que sufren» si no se tiene la «decidida resolución de socorrerlos»; y si no se pasa de este «querer» a los «hechos».


Evidentemente, en este axioma eudiano hay mucho más que un recurso pedagógico para la memo­rización fácil. Subyace a él toda una espiritualidad. Aquí también la intui­ción del maestro se hizo profecía cultural, adelantando ideas muy caras a la sensibilidad moderna. En el fondo, se nos plantean tres cuestiones prácti­cas, que en realidad son un triple discernimiento del amor verdadero.

domingo, 14 de febrero de 2016

Llamados a ser misioneros de la misericordia

Tras un par de meses de puesta a punto y concienciación, el Año de la Misericordia entra en su fase de pleno rendimiento. Con tal tarea el Papa ha enviado, el 10 de febrero, a un millar de sacerdotes en condición de médicos de urgencia en ese hospital de campaña en el que él quiere convertir la Iglesia. En la bula los insta a ser “artífices ante todos en un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del bautismo”. 
Para este particular proceso de selección de personal Francisco ha fijado un perfil nada desdeñable: “confesores accesibles, amables, compasivos y atentos especialmente a las difíciles situaciones de las personas particulares”. Algunos han respondido a la petición avalados por sus obispos. Otros han sido designados directamente por Francisco.

En una sociedad que ha expulsado la palabra misericordia de su vocabulario, estos misioneros de la compasión ilimitada están llamados a anunciar a Jesús a través de mensajes directos y concretos a tantos hombres y mujeres cuya atención se reduce a las imágenes de un Whatsapp, a los caracteres de un tuit, o a los recordatorios de un post-it que ejercen de memoria externa ante el olvido colectivo de las raíces del ser humano.
No es baladí que el Papa haya convocado a estos sacerdotes el Miércoles de Ceniza ante los restos del padre Pío, modelo de confesor incansable. Cuaresma es tiempo de reconciliación, de volver a la casa del Padre sin que este regreso suponga un ajuste de cuentas sino una fiesta. Lamentablemente, los datos dicen que pocos retornan. Un discurso condenatorio, una visión catastrofista del mundo o la resistencia a lo institucional han hecho que unas jornadas de puertas abiertas resulten intento fallido. La encomienda de estos misioneros es aún mayor: salir a los caminos para hacerse los encontradizos, como aquellos de Emaús, ahora en los bares, en los rellanos, en los centros cívicos, en los ambulatorios, en las redes sociales…

Amén de la facultad de perdonar pecados sobre los que solo el Papa tiene autoridad, en la bula se hace hincapié en la urgencia de que propicien espacios de escucha y liberación. Pero está claro que esta última petición implica a todo el Pueblo de Dios, primer llamado a hacerlo posible en calles y plazas, sin avasallamiento, con un abrazo misionero, con una misericordia encontradiza, sin pretensiones condenatorias ni discursos amenazantes. Es decir, siempre con las manos extendidas, el abrazo disponible y el corazón abierto.
Es evidente que a nosotros, hijos e hijas de Juan Eudes, que por vocación y por herencia estamos llamados también a ser misioneros de la misericordia, nos corresponde asumir esa misma actitud, de forma permanente y no como algo puntual ni con segundas intenciones.