lunes, 15 de febrero de 2016

El año de la misericordia y sus exigencias

Como insistía el papa Francisco al convocar a toda la Iglesia para celebrar el Año Santo extraordinario de la Misericordia, éstA es la característica que mejor podemos aplicar al Dios cristiano. Y lo repite con frecuencia: Dios tiene dos nombres: padre y misericordioso. Sin embargo este atributo de Dios, su ADN , ha sido muchas veces silenciado debido a que el cristianismo se ha contaminado de las religiones y filosofías circundantes que han hecho que le apliquemos a Dios atributos inadecuados como todopoderoso, justiciero, inflexible, que castiga a los malos y a los buenos que se descuiden, etc. El Dios griego ni amaba ni podía ser amado. Hasta los mismos credos cristianos se han contaminado, como por otra parte es perfectamente lógico, de expresiones culturales no demasiado exactas, pues están inspiradas más en las filosofías imperantes en los primeros siglos del cristianismo que en el Evangelio.
Está claro que el Dios que nos está manifestando Jesús es distinto al que muchas veces hemos encerrado en nuestros catecismos. Por eso el papa afirma en la bula de convocatoria del jubileo “El rostro de la misericordia”, que en la actualidad el Espíritu nos llama a hablar de Dios a las personas de un modo más comprensible. Derrumbando las murallas que por mucho tiempo habían recluido a la Iglesia en una ciudadela privilegiada. Estamos llamados a anunciar el Evangelio de un modo nuevo (4)… Estamos llamados ser un signo vivo del amor del Padre que consuela, perdona y ofrece esperanza para todos, nos dice Francisco, el papa de la misericordia.
Es verdad que Dios es justo, pero su justicia no es como la del mundo. El cardenal Kasper en su libro “La misericordia, clave del Evangelio y de la vida cristiana” nos lo repite varias veces: la justicia de Dios es su misericordia. Un sacerdote amigo suele referir que recién salido del seminario hace ya más de 60 años, le correspondió predicar unas misiones en un pueblecito campesino. Una noche tocaba hablar del infierno. Y así lo hizo. Al final del sermón se le acercó una sencilla mujer y le dio la mejor clase de teología que había escuchado. La buena mujer le dijo: Padre, si yo tengo un hijo y hace algo malo, siempre lo perdonaré, nunca lo mandaré al infierno. 
Es mi convicción también y en ello insisto siempre que puedo: si Dios es un padre que nos quiere tanto, no pude castigar a nadie con el infierno eternamente por malo que sea. 
El papa nos invita a hacer de nuestras parroquias e instituciones oasis de misericordia (12). Por eso el lema del año santo es “Misericordiosos como el Padre”. En el número 15 de la bula que comentamos nos dice Francisco cómo podemos ser misericordiosos como el Padre: “Abriendo el corazón a los que viven en las más contradictorias periferias que crea el mundo moderno; curando las heridas de los que no tienen voz y son víctimas de la indiferencia; lavando sus heridas con el óleo del consuelo; abriendo nuestros ojos para ver la miseria del mundo; que nuestras manos estrechen las manos de los que sufren para que sientan el calor de nuestra presencia; que su grito sea el nuestro y juntos romperemos las barreras de la hipocresía; entrar todavía más en el corazón del Evangelio donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina; acercarnos a los que están solos y afligidos; perdonar al que nos ofendió; rechazar cualquier forma de violencia”. “No olvidemos, termina el papa, que en la carne de los más débiles se hace presente el rostro de Cristo mismo como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, refugiado, para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos, lo asistamos con cuidado, pues en el ocaso de nuestra vida, nos dice san Juan de la Cruz, seremos juzgados en el amor”.


Una excelente lección la que nos da Francisco. Un comprometido y solidario programa para el año que estamos viviendo. Por eso es muy doloroso que tantos de nuestros pastores eclesiales hablen tan poco de Francisco y cuando lo hacen suelen silenciar sus mensajes más contundentes. Sin duda, en nuestro país necesitamos obispos nuevos y renovadores que hagan que la Iglesia salga del Bunker, esto es, que eliminen de nuestras instituciones el restauracionismo teológico y la involución en la vida pastoral. El Año de la Misericordia podría ser el deseado momento para adelantar un nuevo proceso de renovación y compromiso.

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