martes, 15 de noviembre de 2016

ESPIRITUALIDAD EUDISTA: San Juan Eudes, Padre, Doctor y Apóstol

En la bula de beatificación de Juan Eudes, el papa san Pío X lo declaraba «Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Sagrados Corazones». De esa forma, la Iglesia, desde su más alta tribuna, daba el espaldarazo a una verdad que muchos habían querido negar interesadamente: la devoción al Corazón de Cristo y al Corazón de María tuvieron en Juan Eudes su primer expositor y apóstol. 
A esta innovadora devoción el P. Eudes había llegado por el camino de la misericordia. De allí a descubrir la identidad de Dios como un Dios con corazón, y a precisar luego su máxima expresión en Cristo, mensajero y testigo de la misericordia del Padre, no había sino un paso, y Juan Eudes lo supo dar.
Después vino un proceso de crecimiento continuo que llevó a convertirla en una de las más populares y fecundas devociones cristianas. Pero conviene no perder de vista que las raíces de ese, muy pronto frondoso árbol se hunden en el corazón y el carisma de aquel pequeño misionero normando del s. XVII. 
Juan Eudes el primero -y aquí se encuentra otra de sus grandes intuiciones proféticas- supo encontrar en la simbología popular el signo más universal para expresar el más universal de los amores, el de Dios. A partir de él, la palabra corazón, referida a Jesucristo y a la Santísima Vir­gen, tuvo y sigue teniendo una especialisima relevancia en la vida y en la espiritualidad cristianas.
Y, efectivamente, pocas devociones han gozado en el mundo cristiano, durante los cuatro últimos siglos, de tanta popularidad como la del Corazón de Cristo; sobre todo a partir de las polémicas revelaciones supuestamente hechas a santa Margarita María Alacocque. Aunque el camino ya lo había iniciado Juan Eudes muchos años antes, fue la santa de Paray-le-Monial la que, al ligar esta devoción a una serie de gratificantes promesas divinas, le dio el empuje definitivo para que entrara en el mundo de la religiosidad popular. No es de extrañar, entonces, que , después de que, en 1875, el Parlamento francés aprobara la construcción de la Basílica del S. Corazón de Montmartre, muchos otros gobiernos y países siguieran el ejemplo, imprimiéndole a esta devoción cierto tono que podríamos llamar, con las debidas reservas, «oficial».
La Iglesia supo responder a ese sentir colectivo. Así, en 1856 Pío IX extendía a la Iglesia universal la liturgia del Sdo. Corazón; en 1894, León XIII consagraba el género humano al Sagrado Corazón. En 1928 Pío XI, y Pío XII en 1956, le dedicaban sendas encíclicas, reiterando su vigencia e importancia en la piedad popular. La Haurietis Aquas, de Pío XII, definía el culto al Corazón de Jesús como el culto al amor que Dios tiene por nosotros, que expresa, al mismo tiempo, la práctica del amor cristiano a Dios y a los hombres. Ciertamente esta idea iba más en consonancia con la espiritualidad de san Juan Eudes que con la de Paray-le-Monial.
A partir de allí la devoción al Sdo. Corazón no cesó de extenderse hasta llegar a disfrutar, a comienzos del siglo 20, de un status realmente excepcional. No hubo entonces -ni existe hoy- capilla o Iglesia sin su imagen del Sagrado Corazón, aunque sus representaciones con mucha frecuencia adolezcan de pésimo gusto y ofendan brutalmente lo estético[1]
La celebración de los “primeros viernes” fue, hasta tiempos recientes, una pieza obligada de todo proyecto pastoral. Las cofradías, asociaciones, movimientos y congregaciones, construídas sobre la devoción al Corazón de Jesús, consagradas a él, o que llevaban su nombre, pululaban por todas partes. 
Por eso, resulta difícil de entender la profunda y creciente crisis que hoy experimenta esta devoción. Y no la comprenderemos si no nos remontamos hasta mediados del s. XIX, época en la que comenzó a verse afectada por ciertas desviaciones. Todo empezó cuando, en 1882, Philip A. Kemper decidió difundir gratuitamente lo que él llamó las "Promesas del Sagrado Corazón", compilación de doce breves extractos de los escritos de santa Margarita María, sacados de su contexto y bastante manipulados. Tales promesas, que le dieron entonces una inusitada popularidad a la devoción, de hecho marcaron en ella una fuerte y desafortunada huella y terminaron hiriéndola de muerte. En efecto, con ellas se inició un proceso de desviaciones sentimentaloides e intimistas, con marcada insistencia en el aspecto reparador, alimentadas, en muchos casos, más por corrientes neuróticas que por una auténtica y segura piedad, y apoyadas sobre concepciones enfermizamente doloristas que chocan a la sensibilidad mo­derna.
También contribuyó mucho a ese deterioro cierta predicación que, para las generaciones de nuestro tiempo, ofrece claros aires de propaganda: se ha insistido demasiado en que la devoción al Corazón de Jesús tuvo su origen en las visiones y revelaciones priva­das de Santa Margarita María y en las promesas que supuestamente se le hicieron; pero la investigación histórica parece demostrar que tales revelaciones son ficticias[2]. Por otro lado, el que su realización se presente como algo automático (pensemos en las «promesas» ligadas mecánicamente a los 9 primeros viernes[3]), comunica a la religión un desagradable aspecto de negociado y comercio[4].
Debido a to­dos esos elementos espúrios que la corriente de Paray-le-Monial fue intro­duciendo en ella, la devoción al Corazón de Cristo fue perdiendo el favor de un pueblo cristiano cuya fe, cada día mejor formada, más consciente y más sensible a ciertos valores humanos, ya no estaba dispuesta a aceptar deformaciones fáciles del Evangelio. No es de extrañar, entonces, que la teología de los tiempos que antecedieron al Vaticano II se mostrara tan poco receptiva a ella. El mismo concilio la mencionó muy de pasada en sólo dos ocasiones[5]. Desde entonces, el proceso de devaluación continuó indetenible, a pesar del esfuerzo de diversas personas e instituciones. 
La pregunta que cabe aquí es si tuvo algo que ver la doctrina de Juan Eudes con las desviaciones mencionadas. Ciertamente no. Por eso, tenemos derecho a afirmar, sin remilgos, que en la devoción actual al Corazón de Cristo, vivida en el espíritu y estilo de Paray-le-Monial, muy poco tuvo que ver la sana y lúcida teología de la Escuela Beruliana. De hecho, la devoción que Juan Eudes ideó y quiso conserva hoy todo su valor y atractivo, pues jamás se ha ocultado bajo las escorias que todavía encontramos en la “parodia” achacada a S. Margarita María. Podemos hablar en este campo, de un profetismo particular del misionero normando.
Es lo que trataremos de dilucidar en próximas entregas de este mismo blog.


[1] A ello se debe el que hombres como Hyusmans las hayan condenado sin contemplaciones, y el que la literatura suela hacer mofa de ellas.
[2] La referencia y vinculación de las promesas -y de las revelaciones- a la Sagrada Escritura fue hecha muy a posteriori.
[3] La costumbre de comulgar los primeros viernes de mes es tan antigua como el movimiento de Paray-le-Monial, pero el énfasis en el número nueve comenzó sólo con las publicaciones de Kemper, en 1882. 
[4] Cf. el excelente estudio de Mons. C. GUILLON, «El Corazón de Jesús actualizado en la Espiritualidad de san Juan Eudes», en Vie Eudiste, 1973, pp. 257s.
[5] GUILLON, C., Conferencia cit. a los religiosos de Portugal...

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