Adoremos a Jesús en su cruz, como soberano
sacerdote que se inmola a sí mismo, y como hostia santa que es inmolada para
la gloria de su Padre y para nuestra salvación.
Démosle gracias por haberse sacrificado a sí
mismo, y por habernos comunicado estas dos cualidades de sacerdote y de hostia.
Pidámosle perdón por todas las faltas que
hemos cometido en las funciones del sacerdocio.
Démonos a Él y supliquémosle que nos dé el
Espíritu de su divino sacerdocio; que nos haga dignos de ser otras tantas
víctimas que sean sacrificadas con Él a la gloria de su Padre, y que nos
consuma en las sagradas llamas de su santo Amor.
(San Juan Eudes, O.C. III, 293)
EL SACERDOTE ASOCIADO A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Los contemplo como los asociados del Padre, y
del Hijo y del Espíritu Santo. Ustedes, sacerdotes, son la parte más noble
del cuerpo místico del Hijo de Dios. Son los ojos, la boca, la lengua y el
corazón de su Iglesia, más aún, del mismo Jesús.
Son sus ojos: mediante ustedes el Buen Pastor vela
continua- mente sobre su rebaño; por ustedes lo ilumina y lo conduce, por
ustedes llora sobre las ovejas que se hallan entre las garras del lobo
infernal.
El Padre eterno los asocia con él en su más
alta ocupación, que es la generación inefable de su Hijo, a quien hace nacer
desde toda eternidad en su seno paterno, y en su más excelente cualidad que
es su divina paternidad. Porque los hace, en cierta manera, padres de su Hijo
al darles el poder de formarlo y hacerlo nacer en las almas cristianas y al
hacerlos padres de sus miembros que son los fieles. Así ustedes llevan la
imagen de su divina paternidad.
El Hijo
de Dios los asocia con Él en sus más nobles perfecciones
y ocupaciones. Porque los hace partícipes de su cualidad de mediador entre Dios y los hombres; de su dignidad
de juez soberano del universo; de su nombre y oficio de salvador del mundo y de
muchos otros títulos suyos. Y les da el poder de ofrecer con Él, a su
Padre, el mismo sacrificio que ofreció en la cruz y que ofrece cada día sobre
nuestros altares, que es su acción más santa y excelsa.
El Espíritu
Santo los asocia con Él en su
acción más grande y admirable. Porque él ha venido al mundo para disipar las
tinieblas de la ignorancia y del pecado que cubrían la tierra, para iluminar
los espíritus con la luz celestial, para encender los co- razones en el fuego
sagrado del amor divino, para reconciliar a los pecadores con Dios, para borrar
el pecado, comunicar la gracia, santificar las almas, fundar la Iglesia,
aplicarle los frutos de la pasión y muerte de su Redentor y, en fin, para
destruir en nosotros nuestra antigua condición pecadora y dar forma y nacimiento
a Jesucristo.
Pues bien, todo esto es su ocupación
ordinaria como sacerdotes, porque han sido enviados por Dios para formar a su
Hijo Jesús en los corazones humanos. Tienen, pues, una alianza maravillosa
con las tres divinas personas: son los asociados de la santa Trinidad; son los
cooperadores del Dios todopoderoso en sus obras más excelentes.
(San Juan Eudes, Memorial de la vida
eclesiástica 1: O.C. III, 14-16.)
Oración final
Dios, Gloria de nuestros sacerdotes, Tú nos
has dado a tu Hijo como Soberano Sacerdote y Pastor vigilante de nuestras
almas; Tú le has agregado, para sacrificar una hostia pura, los santos
sacerdotes.
Por la oración de la Bienaventurada María
siempre virgen y de los santos Sacerdotes, dígnate reanimar en tu Iglesia el
espíritu de gracia que fue el tuyo. Llenos de este espíritu, procuraremos
amar lo que ellos amaron y obrar como nos lo enseñaron por la palabra y por el
ejemplo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
(San Juan Eudes, O.C. XI, 514)
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