No parece aventurado imaginar que si Juan Eudes
viviera en nuestros tiempos no rechazaría la posibilidad de hacer de la
educación un campo misionero por excelencia.
De un lado, porque a él le interesaba por encima
de todo la formación de «buenos obreros del evangelio».Y hace años que los
laicos entraron, de la mano del Vaticano II, en ese grupo activo de la Iglesia.
Ahora bien, ¿puede alguien negar las inmensas posibilidades que tiene la
escuela católica de formar auténticos laicos, humana, intelectual y evangélicamente
maduros, condición esencial para que sean buenos obreros del Reino?
Es decir, la acción de cualquier centro
educativo que se rija por paradigmas evangélicos tiene como función transversal
la formación de cristianos auténticos... Si se preocupara sólo de formar
hombres y mujeres académicamente bien capacitados y aceptablemente buenos, no
auténticos cristianos con todo lo que ello implica, estaría engañando a la
iglesia y engañándose a sí mismo.
De hecho, la educación cristiana se plantea hoy
como un lugar prioritario de evangelización y así lo vienen subrayando, desde
hace años, diversos documentos del magisterio eclesial.
Incluso nuestras Constituciones, en su nº 23,
abren, aunque con timidez, ese potencial campo misionero: «Los Eudistas
trabajan en el anuncio del Evangelio y en la renovación de la fe mediante el
testimonio de su vida, la oración, la enseñanza y el desempeño
de las diversas tareas pastorales».
Y clarifican en el nº 24:
«Entre todas estas tareas atribuyen una importancia
especial a aquellas que les permiten participar mejor en la Evangelización,
para hacer conocer "al mismo Jesús, Evangelio de Dios"[1].
Desde esta perspectiva, no creo estar forzando
las cosas al afirmar que la educación cabe plenamente dentro de los campos de
misión eudista. Obviamente con ciertas opciones y desde la perspectiva de
un centro educativo con alma misionera, como debe ser cualquier obra moldeada
sobre la espiritualidad de Juan Eudes. Al fin y al cabo, de eso se trata cuando hablamos de evangelizar educando y educar evangelizando, y siempre desde nuestra prioritaria opción por la misericordia.
No está de más, entonces, que reflexionemos un
poco sobre las implicaciones que tal planteamiento puede tener para la pastoral
y la vida de los eudistas, quienes, en cualquier tipo de centro educativo, empezando por los seminarios, han hecho de la educación una expresión del carisma
congregacional.
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