INTRODUCCIÓN
San Juan Eudes estaba infundido de los más altos
conceptos acerca de la Iglesia: la miraba como la Hija muy amada del Padre eterno,
quien le había dado a su Hijo único por esposo y a su divino Espíritu por
guía... La honraba como a la madre que lo había engendrado por el Bautismo y lo
llevaba siempre en su seno, nutriéndolo con el Pan Celestial de la divina
Palabra y con la Carne y Sangre del Salvador. Por eso ha dejado a las
comunidades por él fundadas la consigna de “Servir a Cristo y a su Iglesia con
entusiasmo e intrepidez”.
SALUDO PRESIDENCIAL
Hermanos, la misericordia y la paz de Dios
Padre y de Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, estén con ustedes.
R/ Y con tu
espíritu.
OR ACIÓN
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para
anunciar las inescrutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movidos por su palabra y por su ejemplo, crezcamos en la fe y llevemos una vida
conforme al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo...
R/ Amén.
LECTURA BÍBLICA
Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo
por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en
virtud de la palabra, y la presentó resplandeciente a sí mismo; sin que tenga
mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.
(Ef 5, 25b-27)
LECTURA EUDISTA
EL AMOR Y EL SERVICIO A LA IGLESIA
“Esos hombres no se pertenecían: sólo existían
para la Iglesia”.
Adora a la Santa Trinidad por todo lo que
ella es en la Iglesia. Adora el amor incomprensible y los altos y eternos
designios que tiene sobre ella. Adórala y bendícela por todo lo que en ella
realiza sin cesar. Entrégate al amor y al celo que por la Iglesia tienen el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
Para despertar en ti el amor y el servicio a
la Iglesia piensa que ella es la hija predilecta del Padre eterno, que la ama
hasta el punto de entregarle a su Hijo único por esposo y a su Espíritu Santo
como su espíritu y su corazón.
La Iglesia es la hermana, la madre, la esposa
de Jesús, su cuerpo y su plenitud, como dice san Pablo, es decir, su
coronamiento y perfección. Ella es su herencia, su reino, su casa, su tesoro,
su corona, su gloria y sus delicias.
La Iglesia es tu madre, que te ha engendrado
para Dios por el santo bautismo y que te lleva siempre en su regazo. Es tu nodriza que te alimenta con el pan celestial de la divina Palabra y con la carne
deificada y la sangre preciosa de su Esposo. Ella es tu reina, tu gobernante y
tu guía segura por el camino hacia el paraíso. Es tu maestra que te enseña las
verdades celestiales, lo que necesitas saber y hacer para agradar a Dios.
La Iglesia merece todo tu amor, tu respeto y
tu celo ardiente por su honor, su servicio y todos sus intereses. Por eso le
debes sumisión a sus enseñanzas, obediencia a sus mandatos, veneración por
sus sacramentos, ritos y costumbres y por todo lo suyo.
Debes sentir como propias sus aflicciones,
agradecer a Dios los favores que le concede. Debes pedir al Señor que la
conserve, la dilate y santifique cada día más y sobre todo que le envíe
pastores y sacerdotes según su Corazón.
Recuerda el amor encendido que los Apóstoles
y santos sacerdotes han tenido a la Iglesia. Considera su celo devorador, los cuidados vigilantes y el grandísimo interés
que tuvieron por la santificación y dilatación de la Iglesia, por la
observancia de sus leyes, por la fiel y santa administración de sus
sacramentos; por la dispensación sincera y cuidadosa de la divina palabra, por
el digno comportamiento en todas sus funciones y sobre todo para procurar en
todas las formas la salvación de sus hijos.
Considera lo que han hecho los santos para
alcanzar estos fines: cómo vivieron, sufrieron y se comportaron esos hombres
que no se pertenecían y sólo existían para la Iglesia a la cual dedicaban sus
desvelos, sus afectos, sus pensamientos y palabras, sus acciones, bienes y
fuerzas, su tiempo, su espíritu, su cuerpo, su alma, su vida y todo lo que
poseían, sabían y podían. Cada uno de ellos podía apropiarse la palabra de san
Pablo: por mi parte, gustoso me
consumiré todo entero por el bien de sus almas (2Co 12, 15).
Ruega a los Apóstoles y a los santos
sacerdotes que te hagan participar de su celo y de su amor a la Iglesia y
esmérate por seguirlos por este camino.
(San Juan Eudes, Memorial de la vida eclesiástica, 5, 28; O.C.III, 218-222.)
ORACIÓN EUDISTA
Te adoramos, oh Cristo, Cabeza de tu Iglesia,
que es tu Cuerpo como nosotros somos tus miembros. Te damos gracias por este
don que supera toda comprensión. Te pedimos perdón por nuestra falta de
obediencia y por no haber vivido siempre con- forme a tu ejemplo y tu palabra.
Nos entregamos a ti para participar de tu vida, compartir tus sentimientos,
seguir tu Evangelio y dejarnos mover por tu Espíritu. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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