INTRODUCCIÓN
La lectura que vamos a hacer hoy de una página
de san Juan Eudes es suficiente para darnos idea de la alta estima que él tenía
del ministerio sacerdotal.
Pero san Juan Eudes no se contentó con escribir
bellamente sobre el sacerdocio ni con exhortar a los ministros de la Iglesia
a vivir conforme a la dignidad de su excelsa vocación, fue ante todo un
preclaro modelo de virtudes cristianas y sacerdotales.
Hoy, al recordar este ejemplo de vida, nos
reunimos para orar por los ministros de la Iglesia, especialmente por los
Obispos, Presbíteros y Diáconos quienes por el Sacramento del Orden han sido
constituidos dispensadores de los misterios de Dios, para que configurados
plenamente con Cristo, sean a su vez, modelos de fe y amor para los fieles
confiados a su solicitud pastoral.
SALUDO PRESIDENCIAL
Hermanos, la gracia y la paz de parte de
Jesucristo, el Testigo fiel, que ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes
para su Padre Dios esté siempre con ustedes.
R/ Y con tu espíritu: a Él sea la gloria y el
imperio por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para
anunciar las inescrutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movidos por su palabra y su ejemplo crezcamos en la fe y llevemos una vida conforme
al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo...
R/ Amén.
LECTURA BÍBLICA
Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de
la Iglesia de Éfeso. Cuando llegaron donde él, les dijo: «Ustedes saben cómo me
comporté siempre con ustedes, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo
al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las
asechanzas de los judíos; cómo no me acobardé cuando en algo podía serles útil;
les predicaba y enseñaba en público y por las casas, dando testimonio tanto a
judíos como a griegos para que se convirtie- ran a Dios y creyeran en nuestro
Señor Jesús.
Miren que ahora yo, encadenado en el espíritu,
me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en
cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y
tribulaciones. Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que
termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de
dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
Y ahora yo sé que ya no volverán a ver mi rostro
ninguno de ustedes, entre quienes pasé predicando el Reino. Por esto les
testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos, pues no
me acobardé de anunciarles todo el designio de Dios.
Tengan cuidado de ustedes y de toda la grey, en
medio de la cual les ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear
la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio hijo.Yo sé
que, después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos crueles que
no perdonarán al rebaño; y también que de entre ustedes mismos se levantarán
hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás
de sí. Por tanto, vigilen y acuérdense que durante tres años no he cesado de
amonestarlos día y noche con lágrimas a cada uno de ustedes. Ahora los
encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir
el edificio y darles la herencia con todos los santificados.
(Hch 20, 17-32)
LECTURA EUDISTA
EL SACERDOTE, ASOCIADO A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
“Los contemplo como los asociados del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo”.
Ustedes, sacerdotes, son la parte más noble
del cuerpo místico del Hijo de Dios. Son los ojos, la boca, la lengua y el
corazón de su Iglesia, más aún, del mismo Jesús.
Son sus ojos: mediante ustedes el Buen Pastor
vela continua- mente sobre su rebaño; por ustedes lo ilumina y lo conduce, por
ustedes llora sobre las ovejas que se hallan entre las garras del lobo infernal.
Son su boca y su lengua: por ustedes Cristo
habla a los hombres y continúa anunciando la misma palabra, el mismo Evangelio que él proclamó en la tierra.
Son su corazón: mediante ustedes comunica la
vida verdadera, de la gracia en la tierra y de la gloria en el cielo, a todos
los miembros de su cuerpo místico.
Los contemplo y venero como asociados con el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de manera célebre y admirable.
El Padre eterno los asocia con Él en su más
alta ocupación, que es la generación inefable de su Hijo, a quien hace nacer
desde toda eternidad en su seno paterno, y en su más excelente cualidad que
es su divina paternidad. Porque los hace, en cierta manera, padres de su Hijo
al darles el poder de formarlo y hacerlo nacer en las almas cristianas y al
hacerlos padres de sus miembros que son los fieles. Así ustedes llevan la
imagen de su divina paternidad.
El Hijo de Dios los asocia con él en sus más
nobles perfecciones y ocupaciones. Porque los hace partícipes de su cualidad
de mediador entre Dios y los hombres; de su dignidad de juez soberano del
universo; de su nombre y oficio de salvador del mundo y de muchos otros títulos
suyos. Y les da el poder de ofrecer con él, a su Padre, el mismo sacrificio que
ofreció en la cruz y que ofrece cada día sobre nuestros altares, que es su ac-
ción más santa y excelsa.
El Espíritu Santo los asocia con él en su
acción más grande y admirable. Porque él ha venido al mundo para disipar las
tinieblas de la ignorancia y del pecado que cubrían la tierra, para iluminar
los espíritus con la luz celestial, para encender los co- razones en el fuego
sagrado del amor divino, para reconciliar a los pecadores con Dios, para borrar
el pecado, comunicar la gracia, santificar las almas, fundar la Iglesia,
aplicarle los frutos de la pasión y muerte de su Redentor y, en
fin, para destruir en nosotros nuestra antigua condición pecadora y dar forma y
nacimiento a Jesucristo. Pues bien, todo esto es su ocupación ordinaria
como sacerdotes, porque han sido enviados por Dios para formar a su Hijo Jesús
en los corazones humanos.
Tienen, pues, una alianza maravillosa con las
tres divinas perso- nas: son los asociados de la santa Trinidad; son los
cooperado- res del Dios todopoderoso en sus obras más excelentes.
(San Juan Eudes, Memorial de la vida eclesiástica, 1: O.C.III, 14- 16.)
ORACIÓN EUDISTA
Los sacerdotes presentes hacen la
renovación de las promesas sacerdotales según la fórmula siguiente compuesta
por san Juan Eudes. Las otras personas recordarán su sacerdocio bautismal por
el cual todos hemos sido configurados a Jesucristo sacerdote, profeta y rey.
Trinidad adorable, Padre Hijo y Espíritu
Santo. Te adoro por lo que eres en ti misma, por las obras de la creación, por
la Iglesia y por el divino sacerdocio que has establecido para tu gloria y para
nuestra salvación. Tú eres el principio y la fuente del poder y la santidad
del sacerdocio; Tú eres el fin de todas sus funciones; Tú eres la
consagración y la santificación de los sacerdotes de la Iglesia.
Por comunicación de tu admirable paternidad,
Padre Santo, han sido constituidos padres de los hijos de la luz; por participación de tu sacerdocio, Señor Jesucristo, son sacrificadores para gloria del
Altísimo; por efusión especial de tu santidad infinita, Espíritu Santo, son
los santificadores de los hombres. En ellos y por ellos, te haces visible en la
tierra ejecutando obras que sólo pertenecen a tu poder y tu bondad.
Te doy gracias, Dios mío, porque me has
escogido, por tu sola misericordia, para ejercer el sacerdocio y destinarme así
al mi- nisterio de la salvación.
Te pido perdón y me arrepiento de corazón de
las faltas y negligencias cometidas en el ejercicio del sacerdocio. Te
ofrezco en satisfacción, la pasión, muerte y resurrección de tu Hijo Jesucristo, Sumo Sacerdote, y el honor que te rinden el mismo Jesús, María
Santísima y todos los sacerdotes que han servido y sirven en tu Iglesia. Prometo,
con tu gracia, llevar en adelante una vida conforme a la santidad de mi
vocación y por ello renuevo ahora la profesión que hice cuando fui ordenado
sacerdote.
Prometo renunciar enteramente y por siempre
al pecado, al mundo y a mí mismo; unido al amor por el que quisiste escogerme
para consagrarme por la unión sacerdotal, te escojo de nuevo hoy, como mi
herencia, mi tesoro y mi todo: “El Señor es la porción de mi herencia, mi
suerte está en tu mano”.
Como Tú eres para mí, sea yo para Ti; que mi
corazón descanse en Ti como en su tesoro; que mi vida sea empleada y consagrada a tu gloria; y que mi alegría sea desempeñar santamente, por amor tuyo, las
funciones sacerdotales y seguir siempre tu adorable Voluntad.
Virgen Santa, Madre del Sumo Sacerdote,
Santos Apóstoles y sacerdotes, les suplico que me asocien a la perpetua acción
de gracias que hacen ante Dios y me ofrezcan al Sumo Sacerdote Jesucristo; que
le pidan perdón por mis ingratitudes y le supliquen me haga partícipe del espíritu y de las
disposiciones con los cuales ejerció Él mismo las funciones del Sacerdocio; que
me comunique humildad, paciencia, bondad y caridad apostólica para llevar a
cabo el ministerio de santificación que me ha confiado.
R/ Amén, amén, por tu gracia y para gloria de
tu nombre.
ORACIÓN CONCLUSIVA
Oh Dios, gloria de tus sacerdotes, que nos
diste a tu Hijo co- mo Sumo Sacerdote y Pastor vigilante de nuestras almas, y
le has asociado para ofrecerte una hostia pura los sacerdotes y ministros de
tu Iglesia: te pedimos, por la intercesión de la Virgen María, y de tus santos
sacerdotes y ministros, que reavives en tu Iglesia la gracia de tu Espíritu,
para que amemos lo que ellos amaron y vivamos como ellos nos enseñaron con su
palabra y su ejemplo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/ Amén.
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