lunes, 25 de abril de 2016

CURSO ON LINE: LA MISERICORDIA EN SAN JUAN EUDES, 2º

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1.1. Desarrollo Primer tema a)
Un hombre, que bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto.
Este versículo, que abre el relato evangélico de la gran parábola de Jesús, contiene varios mensajes de carácter pastoral a tener presentes para una comprensión más fiel de su evangelio, en este camino de la misericordia.
Aquí van  algunas ideas, en una primera y abreviada mención:

A. El caminante
a. En primer lugar hay que destacar al hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó. Desde la perspectiva de la parábola, ese hombre representa a la humanidad de todos los  tiempos. Siempre en camino, siempre persiguiendo una meta, un ideal, un sueño… Generalmente enfrentando dificultades, viviendo temores, conociendo personas de todo tipo, como lo vemos en la parábola…
b. Todo ser humano es homo viator, un caminante, andariego de su propia vida, la cual va haciendo y deshaciendo paso a paso...
c.  El final de ese camino, Jericó, encierra una gran fuerza simbólica en cuanto alegoría de la  meta anhelada como culmen de toda andadura humana de la misericordia. En la parábola se queda a nivel de sueño no alcanzado pero otros textos bíblicos, especialmente evangélicos, acaban de clarificar su sentido  .
c. Los otros caminantes: en los caminos de la vida uno  encuentra o alcanza a muchas otras personas, que también hacen camino. Personas de todo tipo y de diversas conductas: las que ayudan o acompañan, las que estorban o impiden. Personas ante las cuales hemos de tomar posición desde el evangelio….
d. En último lugar, pero no por ello menos importante, se menciona el asalto de los bandidos y sus consecuencias para el transeúnte anónimo.
En la intención de Jesús -y de Lucas- este asalto no es un simple dintel de entrada o un pretexto para penetrar en los avatares del resto de la parábola y en su conclusión, sino también un dato que merece el detenimiento, la atención y el discernimiento suficientes por parte del lector, como veremos luego.
Desde la perspectiva de Juan Eudes, todos estamos llamados a recorrer, como Jesús y con Jesús, un largo camino signado por el amor misericordioso, dado y recibido. Un camino, donde se viven muchas experiencias gratificantes: misterios gozosos y gloriosos pero también dolorosos. Todos ellos con una particular y personal experiencia.
El camino de Jerusalén a Jericó es una parábola de ese caminar, de ese camino, de esos caminantes y de esa tarea.  Porque todo el que recorra ese camino con la motivación de un discípulo consciente de Jesús debe asumir la complejidad de plurales y contrastantes experiencias, con Cristo y como Cristo, nos enseñaba Juan Eudes.
Al fin y al cabo, en la experiencia de todas las personas –seguramente también en la nuestra- existe la vivencia y conciencia de las luces y sombras, del gozo y el dolor, que nuestra vida y  las del prójimo van trayendo, al compás de su andadura.
Así lo irán experimentando los personajes de la parábola, cada uno a su modo. Y así nos lo hará vivir el camino eudiano de la misericordia.

B. Homo viator: el ser humano, caminante de la vida.
Mucho se ha reflexionado y  escrito, a lo largo de la historia de la cultura, sobre este rasgo consustancial a  la naturaleza humana, pues la inmovilidad total aparece sólo cuando el cuerpo muere. Entretanto siempre nos mantenemos en camino. De ahí que la expresión homo viator sea un  tópico literario  que se ha usado con profusión desde la literatura medieval (por ejemplo, por Gonzalo de Berceo y Dante) hasta la contemporánea (Antonio Machado, León Felipe, ...). También hay que destacar su utilización en los campos filosófico y teológico por parte de Plotino, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y, ya en el siglo XX, por Gabriel Marcel, Gustavo Bueno, y un largo etcétera de pensadores actuales.
Cada uno de nosotros sacamos, espiritualmente hablando, beneficios de este rasgo que, cada día y en cada momento, exhibimos de muy variadas maneras:
- andando por la calle, yendo al trabajo o al estudio o volviendo de él, paseando solos  o acompañados; haciendo marchas, o carreras, o carreras, para estar en forma;
- usando los transportes públicos (metro, autobús, buseta, taxi…) o  nuestro propio vehículo;
- viajando a diversos lugares próximos o lejanos, y por diversos motivos  (profesionales, vacacionales, pastorales), en autobús, en metro, en avión, en barco, a pie ...
- recorriendo una comunidad, un barrio, un pueblo, una aldea, etc., en labores políticas, sociales, educativas, pastorales, etc.
Todos estos movimientos y desplazamientos encierran no sólo un esfuerzo físico sino también un propósito inmediato; según la superficialidad o la hondura con que asumamos los acontecimientos de la vida cotidiana, algunos de ellos nos servirán para madurar espiritualmente, para sentir cada vez más a nuestro lado al Dios que, en Jesucristo, se hace nuestro acompañante, y para no perder de vista aquel “busquen primero el reino de Dios y su justicia” del que nos hablaba Jesús…
Otros serán sólo oportunidades sobre las que nos deslizamos superficialmente, pasando de largo, como el  sacerdote y el levita en el camino a Jericó, porque no abrimos la sensibilidad de nuestro corazón a las posibilidades de fe y de compromiso que nos ofrecen.

C. Los otros caminos…
Las formas y manifestaciones del carácter itinerante del ser humano no se agotan en los desplazamientos físicos, sino que ofrecen, más allá de ellos, un horizonte de otros caminos que hay que considerar con detenimiento: los caminos del espíritu.
Son muchos, pero podemos subrayar desde aquí algunos de ellos:
- el camino hacia el interior de uno mismo, en busca de un conocimiento, cada día más detallado y profundo, del primer e inevitable acompañante de nuestra vida, o sea, de Dios, nos demos o no cuenta de ello; e inscrita en este camino, la búsqueda de nuestra vocación y de nuestra misión, sea cual sea el modo como la concibamos y asumamos;
- el camino hacia el otro y hacia los otros: el prójimo o los prójimos, sean palpables por cercanos, o ya presentes; sean lejanos e impalpables aún pero que en el futuro nos saldrán al paso. De algún modo, todos somos como Diógenes de Sinope, el filósofo cínico del que otro Diógenes (Laercio) divulgó la figura caminando por las calles de Atenas: con una linterna encendida diciendo que buscaba hombres.
- el camino hacia la consecución de la vida anhelada como eterna el cual  es, entre los creyentes, el camino hacia Dios. En este ámbito, los místicos  son quienes más claramente personifican la hondura y ultimidad del homo  viator.
San Agustín llegó a decir que la sana inquietud ha de ser el impulso espiritual  constante de nuestro caminar por la vida, en esta breve y conocida invocación a  Dios: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que  descanse en ti”.
Entre otros muchos místicos que podríamos traer a colación porque hacen referencia a esa opción desde la perspectiva del camino: el franciscano San Buenaventura,  que escribió su Itinerario de la mente hacia Dios (Itinerarium mentis in  Deum); Teresa de Jesús, con su obra Moradas del castillo interior; San Juan de la Cruz que nos va marcando la  ruta hacia la Llama de Amor viva, a través de la Subida al Monte Carmelo  (con sus etapas de la noche del sentido y la noche del espíritu) y el Cántico espiritual.
Y uno que, aunque no es incluido habitualmente entre los místicos técnicamente hablando, pues fue ante todo un misionero a tiempo completo, sin embargo en sus obras, especialmente en Vida y Reino de Jesús, nos ha abierto caminos que no se alejan de los propuestos habitualmente por los grandes místicos. Ese místico-pastor, o pastor-místico, ya sabemos quién es: Juan Eudes. Muy al estilo de Cristo, quien nunca dejó de ser místico en los largos caminos al servicio de la Buena Noticia.

Y, bíblicamente hablando, el camino de Juan Eudes es el camino de la misericordia hacia la casa del  Padre, hacia los cielos nuevos y la nueva tierra, o -sea, hacia el Reino. 

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