martes, 12 de abril de 2016

Nuestro Dios solamente sabe amar

Cuando el evangelista Juan definía a Dios como amor (1 Jn 4,7-8), seguramente tenía «los ojos bien fijos en Jesús» (Heb 12,2). Dos veces lo afirma, sin vacilar, declarando luego: no hay que creer a todo espíritu sino al espíritu que «es de Dios» porque viene de Dios, o sea, al espíritu de la verdad que le permite al creyente reconocer que en Cristo se realiza la unión del Dios invisible con la carne del hombre. Pero asegura que tan sólo tiene ese espíritu de la verdad quien, a su vez, «es de Dios»; y no se puede «ser de Dios» si no se está en el amor, porque «el amor es de Dios» (4,7). 
En resumen, no hay otro camino para encontrar a Dios que el amor: «Queridos: ámense unos a otros, porque el Amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn 4, 2.3.4.6bis.8).
Éste fue el mismo camino que recorrió Juan Eudes en su reflexión sobre el amor misericordioso de Dios y sobre la devoción al Corazón de Jesús, expresión cimera de su doctrina sobre la misericordia.
Y es que quien confiesa que Jesús es Hijo de Dios no lo hace sólo intelectualmente sino también porque, gracias al amor, ha sido intro­ducido gratuitamente en el ámbito mismo de Dios. Por eso puede amarlo y conocerlo desde esa comunión que le permite compartir al Dios-Amor. Lo afirma también la primera carta de Juan: «El que confiesa que Jesús es Hijo de Dios, Dios esta en él y él en Dios. Así hemos conocido nosotros el amor que Dios nos tiene, y en él hemos creído. Dios es amor y el que está en el amor está en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,15).
Todas estas fórmulas teológicas van surgiendo del suelo fecundo de la fe de Israel a medida que el Señor va pasando por su historia. Con Rovira Belloso podemos afirmar que la revelación de Dios en el A.T aparece guiada y culminada a la vez por la misericordia y la fidelidad; de estos dos atributos surgiría, en un momento de gracia luminosa, la convicción de que «Dios es amor fiel» (cf., por ej., Ex 34,6; Sal 89 y 116; Jo­n 4,2). 
Esta firme concepción de Dios como misericordia fiel se expresó en un hermoso libro llamado Testamento de los Doce Patriarcas, que enseña, como síntesis de la fe, complementariamente la participación en el amor de Dios y la exi­gencia de una praxis basada en ese amor, o sea, en la misericordia[1].
Lo dicho significa que «Dios es amor» y «Dios es misericordia» son expresiones sinónimas, intercambiables; o sea, afirmar que Dios es puro amor equivale a afirmar que Dios es pura misericordia. Y aunque la palabra “amor” haya llegado al hombre actual tan distorsionada que se hace difícil captar toda su profundidad original, no tenemos otra mejor para definir a Dios. Porque aunque Dios será siempre el «totalmente Otro», el que no cabe en ninguna categoría humana, no tenemos otra forma de referirnos a él que nuestro balbuciente lenguaje y nuestra limitada simbología, a sabiendas de que cualquier cosa que digamos de él es sólamente una imperfecta analogía.
Dentro de ese lenguaje de los símbolos humanos, el amor parece ser lo que más se aproxima a lo que queremos decir de Dios. Pero solamente se “aproxima”... Porque en el hombre tanto el conocer como el amar son aspectos meramente implantados; si trágicamente se apagase en alguien el faro del amor, se­guiría habiendo en él la naturaleza humana, aunque privada de amor. En cambio, en Dios esto es absolutamente imposible. Dios no es ningún sujeto previo al que pueda añadírsele el amor. El no sólo tiene amor sino que es Amor. 
En otras palabras, Dios no es ni puede ser ninguna otra cosa al margen de este amor, ni actúa ni puede actuar de ninguna otra manera que como el Amor más grande: así que, si por un imposible absurdo, Dios dejara de amar, dejaría de ser Dios. Pues Dios no es otra cosa que su propio Amor: Amor autotransparente, identificado con el conocer sin límites y con el amar sin límites. Podemos, entonces, afirmar con total certeza que Dios solamente sabe amar.




[1] Aunque hoy se lo tenga por apócrifo, este libro durante mucho tiempo fue considerado un escrito específicamente cristiano.

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