martes, 19 de abril de 2016

La misericordia de saber acompañar sin hablar



Hablando de misericordia,
hay algo que solemos olvidar con lamentable frecuencia: 
quien sufre
no espera quizás nuestros consejos o nuestros buenos deseos.
Sencillamente sólo necesita un hombro sobre el cual llorar,
una mirada que le preste atención, 
un corazón que se le abra, 
unas manos que se le tiendan
o quizás dos oídos dispuestos a escuchar.

O, a lo mejor, solamente
alguien que llore a su lado sin preguntar por qué.
Alguien, en definitiva,
que traspase la estructura del discurso y de las frases hechas
y con su propia vida le diga:
aquí estoy,
 te acompaño,
no estás solo,
 puedes contar conmigo.

Y si tú hablas, 
hazlo con discreción, prudencia y amablemente.
Sólo así ayudarán a sanar el corazón herido.

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