sábado, 20 de agosto de 2016

El homo viator en el camino de la misericordia,


El homo viator, caminante de la vida. Mucho se ha reflexionado y  escrito, a lo largo de la historia de la cultura, sobre este rasgo consustancial a  la naturaleza humana, pues la inmovilidad total aparece sólo cuando el cuerpo muere. Entretanto, siempre nos mantenemos en camino. De ahí que la expresión homo viator haya sido un  tópico literario, usado con profusión desde la literatura medieval (por ejemplo, por Gonzalo de Berceo y Dante) hasta la contemporánea (Antonio Machado, León Felipe, ...). También hay que destacar su utilización en los campos filosófico y teológico por parte de Plotino, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y, ya en el siglo XX, por Gabriel Marcel, Gustavo Bueno, y un largo etcétera de pensadores actuales.
Cada uno de nosotros sacamos, espiritualmente hablando, beneficios de este rasgo que, cada día y en cada momento, exhibimos de muy variadas maneras:
- andando por la calle, yendo al trabajo o al estudio o volviendo de él, paseando solos  o acompañados; haciendo marchas, o carreras, o carreras, para estar en forma;
- usando los transportes públicos (metro, autobús, buseta, taxi…) o  nuestro propio vehículo;
- viajando a diversos lugares próximos o lejanos, y por diversos motivos  (profesionales, vacacionales, pastorales), en autobús, en metro, en avión, en barco, a pie ...
- recorriendo una comunidad, un barrio, un pueblo, una aldea, etc., en labores políticas, sociales, educativas, pastorales, etc.
Todos estos movimientos y desplazamientos encierran no sólo un esfuerzo físico sino también un propósito inmediato; según la superficialidad o la hondura con que asumamos los acontecimientos de la vida cotidiana, algunos de ellos nos servirán para madurar espiritualmente, para sentir cada vez más a nuestro lado al Dios que, en Jesucristo, se hace nuestro acompañante, y para no perder de vista aquel “busquen primero el reino de Dios y su justicia” de que nos hablaba Jesús…
Otros serán sólo oportunidades sobre las que nos deslizamos superficialmente, pasando de largo, como el  sacerdote y el levita en el camino a Jericó, porque no abrimos la sensibilidad de nuestro corazón a las posibilidades de fe y de compromiso que nos ofrecen. En este contexto sitúa Jesús una de sus parábolas paradigmáticas: la del Buen Samaritano.
Un hombre, que bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto.
Este versículo, que abre el relato evangélico de la hermosa parábola de Jesús, contiene varios mensajes de carácter pastoral que conviene tener presentes para una comprensión más fiel de su enseñanza. Aquí van  algunas ideas, en una primera y abreviada mención:
En primer lugar hay que destacar al hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó. Desde la perspectiva de la parábola, ese hombre representa a la humanidad de todos los  tiempos. Siempre en camino, siempre persiguiendo una meta, un ideal, un sueño… Generalmente enfrentando dificultades, viviendo sustos, conociendo personas de todo tipo,  tropezando también con víctimas del desamor, como lo vemos en la parábola…
a. Todo ser humano es homo viator, un caminante, andariego de la propia vida, la cual va haciendo -o deshaciendo- en su caminar, paso a paso.
b.  El término de este camino, Jericó, encierra una gran fuerza simbólica en cuanto alegoría de la  meta anhelada como cúlmen de toda andadura humana. En la parábola se queda a nivel de sueño no alcanzado.
c. En los caminos de la vida uno  encuentra o alcanza a muchas otras personas, que también hacen su recorrido. Personas de todo tipo y de diversas conductas: las que ayudan o acompañan, las que estorban o impiden...Y víctimas, de todo tipo de toda condición... Personas, en fin, ante las cuales hemos de tomar posición….
d. En último lugar, pero no por ello menos importante, se menciona el asalto de los bandidos y sus consecuencias para el transeúnte anónimo.
En la intención de Jesús este asalto no es un simple dintel de entrada o un pretexto para penetrar en los avatares del resto de la parábola y en su conclusión, sino un dato esencial que merece el detenimiento, la atención y el discernimiento suficientes por parte del lector, como veremos luego.
Desde la perspectiva de Juan Eudes, todos estamos llamados a recorrer, como Jesús y con Jesús, un largo camino signado por el amor misericordioso, dado y recibido. 
Un camino que implica encuentros claves, compromisos y olvidos, dolor y al final esperanza y gozo. 
Un camino, donde se viven muchas experiencias: sorprendentes, gratificantes o dolientes: los misterios gozosos y gloriosos, pero también dolorosos, del camino humano existencial. Todos ellos como una particular y personal experiencia, que al final conducen a Dios en su misericordia exquisita.

Sobre ello, seguiremos reflexionando.

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