lunes, 29 de agosto de 2016

DE LA COMPASION AL COMPROMISO

“Cuando das un abrazo se desencadena una revolución” decía José, un voluntario social en una cárcel española. Cuando nos dejamos tocar con las manos y con las palabras, es cuando se intuye el sentimiento compartido, la compasión, la misericordia al estilo eudiano. Buen principio para iniciar una acción misericordiosa pero insuficiente si no hablamos de servicio serio y responsable. Para esto es preciso atravesar el puente del compromiso que nos pedía Jesús, para que no se quede en un sentimentalismo cómodo pero inútil.
Los místicos orientales y algunos científicos de la física cuántica afirman que los seres humanos somos una especie de imanes, y entre nosotros creamos campos de relaciones dentro de una única energía que todo lo contiene.
El compromiso tiene uno de sus fundamentos en la relación yo-tú que han descrito los humanistas. En ella te llamo por tu nombre. El tú siempre tiene rostro y podemos captarlo a una distancia adecuada. Si estamos demasiado cerca lo invadimos, si demasiado lejos, no lo vemos. Es una distancia precisa en la que se da el crecimiento conjunto, no la comunicación instrumental sino la existencial. Nadie es del todo yo, ni tú, sin el otro. Y si no hay ese don de uno mismo, habría subordinación pero no compromiso en la misericordia.
“Si no llegas a ser tú para mí, eres un ‘él’, o sea, uno cualquiera. Entonces uso un pronombre indefinido y la relación se acerca a lo anónimo. En esa nebulosa impersonal se produce la pérdida del rostro. My cerca ya de la relación funcional, que cosifica y se vuelve inhumana, cuando no sólo instrumentaliza a las personas sino que llega a destruir. En esos casos, no suele quedar nombre ni dejar memoria: parece que el destruido nunca existió. Son los rostros del des-hecho, el desprotegido, el huérfano, el extranjero”, explica Carlos Díaz, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
El samaritano de la parábola de Jesús se hace transparente en la relación yo-tú. Simboliza una serie de valores. Entonces se hace posible la suma de las miradas. 
¿Y en nosotros? Si a la relación le imponemos nuestra óptica y semejanza, pretendiendo atraer la atención hacia nosotros mismos y no hacia los valores que queremos encarnar y transmitir, entonces se trata de una relación donde nos presentamos como ídolos, no como testigos del Dios-misericordia. De esa forma mataríamos las otras miradas, haríamos ciegos a los otros por habernos robado la luz de sus ojos.
Hay que ir más allá del mero gesto de servicio, trascenderlo, y hacer de la compasión misericordiosa una forma de vida. Como afirma el filósofo Raimón Pánnikar “la solidaridad es una categoría antropológica del ser humano”.
Para ser un discípulo de Jesús comprometido es necesario no moverse por impulsos sino desarrollar la voluntad, querer saber y saber querer. Estar ávido por entender la vida y comprender que a veces el entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas. Y también es querer en el sentido de afecto, porque ¿de qué sirve una voluntad de acero sin alma?
Hay que saber reconocer los límites y saber esperar. Y para medir la voluntad, nada mejor que la acción. El cristiano comprometido no echa cuentas, pues hacerlo ya es en sí una derrota. Son mejores los libros de caballería que los de contabilidad (aunque las organizaciones tienen que cuadrar sus presupuestos).
Cuando sólo te duele lo tuyo no eres capaz de ser discípulo de Jesús: hay que amar hasta que duela, decía Teresa de Calcuta Si no te duelen las víctimas del dolor y la injusticia, las matas. Y es bueno cultivar nuestros talentos, porque de alguna manera, si no los cultivas, estás robando. Por coherencia, el hombre de la misericordia ha de ser austero, regalar o quemar el excedente en casa, ayunar de vez en cuando de la comida, de la televisión, y de conversaciones banales.
El sistema capitalista salvaje nos ha robado las palabras. La economía habla de interés, beneficio, sacrificio, crédito, rédito, etc.  Lo que tenemos entre nosotros es lo que nos interesa: hacer el bien, y para ello hace falta sacrificio, hacer sagrado lo humano en vez de deshumanizarlo. Dar sin perder y tomar sin arrebatar. De lo que se trata es de creer en el otro, de hacer nuestra las miserias de los miserables, como decía san Juan Eudes. Los hombres y mujeres de la misericordia comprenden que la caridad exige pasar del contrato a la alianza, de la compasión al compromiso.


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