domingo, 10 de julio de 2016

Para encontrar a Dios no tenemos que olvidar las miserias del hombre....

En su obra Los justos, una de sus mejores y más finas piezas teatrales, Albert Camus (1913-1960), el famoso escritor francés, cuenta la historia de un santo ruso llamado Demetrio; lo hace en pocos renglones y poniéndola en boca de Kaliayev, un revolucionario que no ve la hora de hacer volar el mundo en pedazos. Le pregunta a Foka uno de sus compañeros: «¿Conoces la historia de San Demetrio?». Como éste le responde que no, Kaliayev inicia su relato de la siguiente manera: 
«Tenía cita en la estepa con el mismo Dios y allá iba de prisa cuando encontró a un campesino con el carro atascado. Entonces san Demetrio lo ayudó. El barro era espeso, el bache profundo. Hubo que luchar durante una hora. Al terminar, san Demetrio corrió a la cita, pero Dios ya no estaba».
¡Cómo! ¿Es que se había impacientado Dios? ¡Pero si para Él mil años son como un día! ¿Por qué se había marchado? Foka está impaciente por escuchar el final de la historia:
«— ¿Y entonces? —pregunta sinceramente intrigado.
«— Y entonces —concluye Kaliayev— están los que siempre llegarán tarde a la cita con Dios porque hay demasiadas carretas atascadas y demasiados hermanos que socorrer».
Ante esta historia muchoz podrían preguntarse:
¿Se trata de una historia verdadera o no es más que un relato adaptado a las conveniencias? Y si es una historia verdadera, ¿por qué se alejó Dios del lugar en el que había citado a su servidor? ¿Es que se impacientó al ver que éste no llegaba? ¿No soportó que por una hora lo hubieran dejado en segundo lugar? ¿A Dios, pues, le importa tanto su gloria? ¿Hasta qué punto le importa: hasta el de no comprender que hay un mandamiento que dice que al prójimo hay que amarlo con todo el corazón, es decir, como a uno mismo? Realmente se me hacía injusto que Dios se hubiera marchado: ¡como si Él, que todo lo sabe, no hubiera previsto que las carretas se atascan y los santos son siempre serviciales! 
En lo personal, cuando leí por primera vez esta pieza de Camus tenía yo alrededor de veinte años de edad y era demasiado susceptible, de modo que hacerme estas preguntas (y otras parecidas) fue casi inevitable. Y, por más que imaginaba soluciones y avanzaba hipótesis, no encontraba manera de salir del paso: no veía ni un solo argumento de peso que justificara la ausencia de Dios.
En síntesis, me decía: si Dios es como lo pinta esta leyenda, no queda otra opción que hacerse ateo, y por lo tanto el rojo Kaliayev tenía razón.
Hoy, a estas alturas del camino de la vida, la pregunta que hoy cabe es otra: ¿Quién está primero entre nuestras obligaciones en función del deber o del amor: Dios o el hombre? En el fondo, la historia de san Demetrio no quiere sino responder a otra pregunta: ¿es necesario amar a los hombres hasta olvidarse de Dios, o bien es necesario amar a Dios hasta olvidarse de los hombres?
Por demás está decir que los personajes de casi todas las obras de Camus optan siempre por lo primero (por ejemplo, el doctor Rieux, en La peste, era del mismo parecer que Kaliayev: también él decía que ayudaba a los hombres precisamente porque era ateo, pues —tales eran sus palabras— si creyera en Dios, «le dejaría a él ese trabajito»).
Hoy, desde nuestro punto de vista, la pregunta puede formularse de otra manera: ¿Por qué hay que optar por uno solo de estos dos amores? ¿Acaso el amor a Dios y el amor al prójimo son dos cosas distintas y separadas? «Si alguien dijera: ‘Amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve? Este mandamiento tenemos de Él: que quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4,20-21).
Definitivamente: no se puede amar solamente a Dios, y el que pretenda hacerlo, olvidándose de sus hermanos, va a tener problemas con Él…
El hecho es que la tradición cristiana jamás se ha olvidado del pobre, ni del huérfano, ni de la viuda –prototipos éstos del desamparo absoluto- . He aquí tres textos breves que nos ayudan a limpiar la imagen que a veces tenemos de Dios.
El primero de ellos es del Maestro Eckhart (1260-1327), uno de los místicos más apreciados del catolicismo alemán, y muy admirado y citado por Juan Eudes:
«Si, estando en éxtasis como san Pablo, oyeras que un enfermo necesita una sopita (sic), yo considero preferible que renuncies al éxtasis y sirvas al necesitado con gran amor» (Tratados y sermones, Barcelona, Edhasa, 1983, p. 106).
El segundo pertenece a santa Teresa de Jesús (1515-1582), otra gran mística, y está tomado de Las moradas
«Cuando veo almas muy diligentes para entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido), ello me hace ver cuán poco entienden ésos el camino por donde se alcanza la unión. Y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, que no; obras quiere el Señor, y que, si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella» (Morada quinta).
El último texto es de san Vicente de Paul, contemporáneo de Juan Eudes (1581-1660), hombre caritativo de entre los más caritativos que han existido nunca, y dice así:
«Si fuera voluntad de Dios que tuvieran que asistir a un enfermo en domingo, en vez de ir a oír misa, aunque fuera obligación, habría que hacerlo. A eso se llama dejar a Dios por Dios». 
Sí, cada vez lo creo más: Dios jamás habría faltado a la cita con Demetrio, jamás se habría ido… De ahí otra conclusión para la historia de San Demetrio que yo me he imaginado.
Cuando Demetrio vio que Dios no lo había esperado, entró casi en cólera, y comenzó a protestar:
Señor, no te entiendo… ¿Cómo es posible que no me hayas esperado un rato? Tú sabes bien que si no llegué a tiempo a tu cita fue porque me detuve a ayudar a aquel pobre carretero en el camino. El pobrecito no podía sacar, solo, su carreta del barranco. Y tú sabes también cuánto esfuerzo nos costó y el tiempo que gastamos... pero él la necesitaba con urgencia para su trabajo…
Entonces, Dios, con un sonrisa luminosa en su rostro, le respondió:
Demetrio, cálmate, no fue que yo no quise esperarte, sino que quise verte antes, y por eso salí a tu encuentro. El carretero era yo… Bendito seas por ayudarme…
Pensemos cuántas veces se nos adelantará a encontrarse con nosotros haciéndose pasar por uno de esos hermanos pobres, enfermos, ancianos, desesperados, molestos,  con  los que tropezamos en nuestro camino…
Y, pensando en Juan Eudes, siempre he creído que en aquellos pobres apestados, que todo el mundo rechazaba y olvidaba, a los que él atendió, con riesgo de su propia vida, estaba Cristo, sufriendo su pasión nuevamente… Es decir que en ellos Juan Eudes encontró a ese Dios que sele iría revelando como la fuente de la gran misericordia





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