martes, 5 de julio de 2016

Esa vergüenza infinita que entraña ¡"Su Majestad la Miseria!".

"Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos" (Lc 14,1-140.
La que podríamos llamar Iglesia profunda nunca ha olvidado este consejo evangélico. En las primeras comunidades cristianas la atención a los menesterosos era algo preceptivo en el apostolado de todos. Seguir a Jesús suponía –y sigue suponiendo- fundamentalmente estar comprometido con quienes padecen la pobreza.
La Biblia es recurrente en el tema, sobre todo a partir del incidente del becerro de oro en las faldas del monte Sinaí. La idea era tremendamente explosiva e hizo que las Tablas de la Ley saltaran en pedazos por el aire. Y recurrente ha sido también desde entonces el hecho de que a la Sociedad le haya importado poco el becerro de oro, y mucho el oro del becerro.
En el NT sobresale doctrinalmente el Magníficat –de claro eco vetotestamentario- y, en evidente afinidad con él, las Bienaventuranzas. El cardenal Martini glosa el "dichosos los pobres y los hambrientos" (Lc 1, 53) elevando estas palabras a categoría social y actitud del corazón: "Todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza a través de la acción regeneradora de Jesús».
Acción regeneradora que necesita la implicación personal de cada uno –y de la Comunidad- para que sea operativa. Primero, operativa en uno mismo y luego en los demás. De lo contrario se cantará de nosotros la letra de Joaquín Sabina: "Era tan pobre que no tenía más que dinero".
Más positivo y acorde con los hechos de Jesús está el consejo de Antonio Machado:
"¿Dices que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano".

Así lo entendió uno de los protagonistas de la ópera Andrea Chénier de Umberto Giordano. Fiesta y banquete para nobles y clero en el palacio de la Condesa de Coigny. Dentro, la insensibilidad social de la Corte y de la Iglesia. En el exterior, el lamento de una masa hambrienta y menesterosa que entra increpante por el jardín. Gérard, criado de la Condesa, les abre las puertas. Empuña la bandera de la revolución, golpea el suelo con el astil imitando los gestos del Mayordomo y presenta a la multitud con un grito que hiela la sangre azul de solideos, miriñaques, fajines y charreteras: ¡"Su Majestad la Miseria!".
Se intentaba volver las tornas una vez más, teniendo en cuenta las sabias palabras del místico Confucio: "En un país bien gobernado la pobreza debe inspirar vergüenza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza"Pero hoy parece haber habido edicto de vacunación masiva de la población contra peste similar.


Ni la pobreza ni los pobres, en sus vertientes de necesidad impuesta, son buenos para nadie. L'Osservatore Romano comentó: El 1 de julio el Papa Francisco invitó a cenar en el Vaticano a unos doscientos mendigos; algunos de los muchos a los que el Círculo de San Pedro ayuda a vivir dignamente cada día mediante la provisión de un plato de comida, una cama, un techo bajo el que dormir, y ropas para vestirse.

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