domingo, 31 de julio de 2016

El hambre de los niños tiene que cuestionarnos más a quienes nos decimos eudistas...

He estado viendo hoy, una vez más, algunas fotografías de ésas que estremecen el alma. No sé si les pasa a ustedes, pero a mí cualquier fotografía de un niño hambriento me toca en lo más hondo, y la siento como una cachetada al pensar en cómo estamos viviendo nosotros, mientras por ahí y por allá millones de niños perecen de pura y simple hambre.

Y esos niños están cada vez más cercanos  en esta dolida Venezuela siglo XXI de las múltiples carencias.
Ese tipo de fotografías revuelve el alma, no sólo por la realidad que muestran de unos niños y bebés que subsisten, a duras penas, en países azotados por el hambre, por las guerras, por la más insana violencia…, lo cual ya de por sí es tremendo; sino también por la “otra realidad”, que muestran la otra cara de la fotografía… la de la gente que vivimos más o menos cómodamente sin mayores carencia, más bien, sobrados y ahitos de tantas cosas inútiles, mientras otros se perecen de alma.
Como decía alguien, ver esas fotografías nos convierte, al mismo tiempo, en “Observador” y “Observado”. Como “Observador” duele contemplar esta tremenda injusticia que, apenas, toca el alma… La sensación como “Observado” es totalmente distinta, es como recibir una tremenda bofetada de vergüenza; es como si yo mismo, desde el otro lado de la fotografía, me dijera: “¿pero es que no me estás viendo?… ¿Qué vas a hacer ante esto?”, y me irritado conmigo mismo, me indigno ante la situación y durante un buen rato siento el cosquilleo  de esa bofetada.
Y como misionero de la misericordia me pregunto, una y otra vez, qué hemos hecho con la orden de Cristo, en aquella ocasión famosa de la multiplicación de los panes: “Denles ustedes de comer”.

Cada día palpamos más esta realidad que, a primera vista, puede parecer insuperable. Recibimos esa tremenda bofetada de vergüenza que nos llega a lo más hondo, pero intentamos calmar su cosquilleo pensando: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces», que también podría ser: «Estamos tan lejos... ¿qué podemos hacer?», o un «Yo solo poco puedo hacer para cambiar las cosas»…. 


Y es que olvidamos aquello que decía la Madre Teresa de Calcuta: A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el Mar, pero el Mar sería menos si le faltara esa gota“.


Tomemos, una vez siquiera, en serio el mensaje de Jesús: “Denles ustedes de comer”; que nos llegue a lo más íntimo y nos haga movernos; que sea este pensamiento el que calme el cosquilleo de la bofetada y nos lleve a aportar esa “Gota”, que, por muy pequeña e insignificante que la creamos, será nuestra “Gota Personal”; sin la cual… el Mar, el Mundo, hoy Venezuela, ya no sería la misma.


¡Denles ustedes de comer!




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