jueves, 22 de diciembre de 2016

ESPIRITUALIDAD EUDISTA: ORACIÓN, CAMINO DE SANTIDAD (San Juan Eudes)
Colocamos el santo ejercicio de la oración entre los principales fundamentos de la vida y santidad cristiana, porque la vida de Jesucristo fue una oración constante y es deber nuestro continuarla y expresarla. 
La tierra que nos sostiene, el aire que respiramos, el pan que nos alimenta, el corazón que palpita en nuestro pecho, no son tan necesarios para la vida humana como la oración para llevar una vida cristiana. Porque:
La vida cristiana, que el Hijo de Dios llama vida eterna, consiste en conocer y amar a Dios (Jn. 17, 3) y esta divina ciencia la adquirimos en la oración. 

Por nosotros mismos nada somos ni podemos; somos pobreza y vacío. Debemos acudir a Dios a cada instante para recibir de él cuanto necesitamos. 

La oración es una elevación respetuosa y amorosa de nuestro espíritu y nuestro corazón a Dios. 

Es dulce diálogo, santa comunicación, divina conversación del cristiano con su Dios. 

En la oración contemplamos a Dios en sus perfecciones, misterios y obras; lo adoramos, lo 
bendecimos, lo amamos y glorificamos; nos entregarnos a él, nos humillamos por nuestros pecados e ingratitudes y pedimos su misericordia; tratamos de asemejarnos a él por la contemplación de sus virtudes y perfecciones. Finalmente le pedimos lo necesario para amarlo y servirlo. 

Orar es participar de la vida de los ángeles y de los santos, de la vida de Jesucristo, de su santa Madre y de la misma vida de las tres divinas personas. 

La vida de Cristo y de los santos es un continuo ejercicio de oración y contemplación, de glorificación y de amor a Dios, de intercesión por nosotros. 

Y la vida de las tres divinas personas se halla perpetuamente ocupada en contemplarse, glorificarse y amarse mutuamente, que es lo fundamental en la oración. 

La oración es la felicidad perfecta y el verdadero paraíso en la tierra. Gracias a ella el cristiano se une a su Dios, su centro, su fin y soberano bien. 

En la oración el cristiano posee a Dios y Dios se apodera de él. 

Por la oración le damos nuestros homenajes, adoraciones y afectos y recibimos sus luces, sus 
bendiciones y las innumerables pruebas de su amor infinito. 

En ella, Dios realiza su divina palabra: Mis delicias son estar con los hijos de los hombres (Prov. 
8, 31). 

En ella conocemos experimentalmente que la felicidad perfecta está en Dios, que miles de años 
de placeres mundanales no valen un momento de las verdaderas delicias que Dios da a gustar a 
quienes colocan su deleite en conversar con él mediante la oración. 

Finalmente, la oración es la más digna, noble e importante ocupación, porque es la misma de los 
ángeles, de los santos, de la santa Virgen, de Jesucristo y de la santísima Trinidad durante la 
eternidad, y será nuestra ocupación perpetua en el cielo. 

Es, además, la verdadera y propia ocupación del hombre y del cristiano, porque el hombre no ha 
sido creado sino para Dios, para entrar en comunión con él, y el cristiano está en la tierra para 
continuar en ella lo que Cristo hizo durante su vida mortal. 

Por eso te exhorto y te encarezco, en nombre de Dios, que no prives a Jesús de su gran deleite de 
estar y de conversar con nosotros mediante la oración, y que experimentes la verdad de aquel dicho del Espíritu Santo: No hay amargura en su compañía, ni cansancio en su convivencia, sino placer y alegría (Sab 8,16). 


Considera, pues, la oración como el principal, el más necesario, urgente e importante de tus quehaceres. Trata de desligarte de asuntos menos necesarios, para darle más tiempo a ésta, especialmente en la mañana, en la noche y poco antes del almuerzo en una de las maneras que te voy a proponer. 


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