MES
FEBRERO: Elementos para la peregrinación
POSTULADOS FUNDAMENTALES PARA FORMAR A JESÚS EN MI CORAZÓN
1. La vida del cristiano
continúa la vida santa de Jesús
Jesús, Hijo de Dios e
Hijo del hombre, Rey de los hombres y de los ángeles, no es sólo nuestro Dios,
Salvador y Señor soberano. Es también, al decir de san Pablo, nuestra Cabeza,
de la que somos su cuerpo y sus miembros, hueso de sus huesos y carne de su
carne (Ef. 5, 30 Vulg). De esta unión, la más estrecha imaginable de los
miembros con su cabeza, de nuestra unión espiritual con él por la fe y el
bautismo, de la unión corporal que se realiza en la santa Eucaristía, se
desprende que, como los miembros reciben animación del espíritu de su cabeza y
viven de su vida, también a nosotros debe animarnos el espíritu de Jesús, para
vivir de su vida, caminar tras sus huellas, revestirnos de sus sentimientos e
inclinaciones y realizar nuestras acciones con sus mismas disposiciones e
intenciones. En una palabra, debemos continuar y completar la vida y la
devoción de Jesús en la tierra.
Esta afirmación se apoya
sólidamente en las palabras insistentes del que es la misma verdad. ¿No nos
dice, acaso, en distintos lugares de su Evangelio: Yo soy la vida y he
venido para que tengan la vida? Ustedes no quieren venir a mí para tener la
vida. Como yo vivo también ustedes vivirán. En aquel día comprenderán que yo
estoy en mi Padre y ustedes en mí y yo en ustedes (Jn 14, 6; 10, 10; 5, 40;
14, 19-2). Es decir, que así como yo estoy en mi Padre y vivo de su vida, así
ustedes están en mí y viven de mi vida, pues, estando en ustedes se la
comunico.
Su discípulo amado nos
sigue recordando que Dios nos ha dado vida eterna y que esa vida está en su
Hijo. Que quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo no tiene la
vida. Y que Dios ha enviado a su Hijo al mundo para que vivamos por medio de él y que nuestra
vida en este mundo imite la vida de Jesús (1 Jn 5,
11-12; 4, 9. 17). Es decir que ocupamos su lugar y debemos reproducir su
vida.
El libro del Apocalipsis nos
advierte que Jesús, el amado esposo, nos interpela sin cesar: El que tenga
sed que se acerque; el que quiera reciba gratuitamente agua de vida(Ap. 22, 17), es decir, que tome de mi interior
el agua de la vida verdadera. Lo cual se ajusta a lo que nos cuenta el
Evangelio: que un día el Hijo de Dios, de pie, en medio de la multitud, clamaba:
Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba (Jn. 7, 37).
Por su parte, el apóstol Pablo nos
recuerda a cada instante que estamos muertos y que nuestra vida está oculta con
Cristo en Dios;(Col. 3, 3) que el Padre eterno nos vivificó juntamente con Cristo
y en Cristo,(Ef. 2, 5; Col. 2, 13) 47 es decir que nos hace vivir, no sólo con
él sino en él y de su misma vida; que debemos manifestar la vida de Jesús en
nuestro cuerpo(2 Cor. 4, 10-11); que Jesucristo es nuestra vida (Col. 3, 4) y
que vive en nosotros: Yo vivo -nos dice san Pablo- pero ya no yo, es
Cristo el que vive en mí (Ga. 2,
20).50 Y si atiendes a la continuación del capítulo hallarás que
esas palabras las dice no sólo de sí mismo sino en nombre y representación de
todo cristiano.
Finalmente en otro lugar dice a los
fieles: Rogamos a Dios que los haga dignos de su vocación y lleve a término,
con su poder, su deseo de hacer el bien y la actividad de su fe, para que el
nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en ustedes y ustedes en él (2 Te. 1, 11-12).
Estas palabras sagradas muestran con
evidencia que Cristo debe vivir en nosotros, que su vida debe ser nuestra vida;
que sólo en él debemos vivir y que nuestra vida ha de ser continuación y
expresión de la suya. Que si tenemos derecho a vivir en la tierra es para
llevar, manifestar, santificar, glorificar y hacer vivir y reinar en nosotros
el nombre, la vida, las cualidades y perfecciones, las disposiciones e
inclinaciones, las virtudes y acciones de Jesús.
2. El cristiano: otro Jesús sobre la
tierra
Para que entiendas con más claridad
y asientes sólidamente en tu espíritu esta verdad, que es fundamental en la
vida, religión y devoción cristianas, recapacita que nuestro Señor tiene dos
clases de cuerpo y de vida. Por una parte, su cuerpo personal, tomado de la
santa Virgen y la vida que en él llevó mientras estaba en la tierra. Por la
otra, su cuerpo místico, o sea la Iglesia, a la que Pablo llama Cuerpo de
Cristo (52 1 Cor. 12, 27).
Su segunda vida la lleva dentro de
este cuerpo y en los verdaderos cristianos que son sus miembros. La vida
pasible y temporal de Jesús en su cuerpo mortal terminó con su muerte: pero él
desea continuarla en su cuerpo místico para dar gloria al Padre con las
acciones y padecimientos de una vida laboriosa y pasible, no sólo durante
treinta y cuatro años sino hasta el fin del mundo. Ella se va realizando, día
tras día, en el que es de verdad cristiano, pero no alcanzará su plenitud sino
al final de los tiempos.
Por eso san Pablo dice que completa
en su carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de su cuerpo
que es la Iglesia (Col. 1, 24). Esto se cumple
en el cristiano que sufre en espíritu de sumisión a Dios y se extiende a sus
demás actividades sobre la tierra. Como miembro de Cristo, continúa y completa,
si actúa en su espíritu, las acciones de Jesús en su vida mortal. Y así cuando
un cristiano ora, trabaja o ejecuta cristianamente cualquier acción, está
continuando y completando la oración, la vida laboriosa y social y demás
acciones de Jesucristo. En este sentido san Pablo nos declara que la Iglesia es
la plenitud de Jesucristo, el cual, como Cabeza de la Iglesia, es completado
totalmente en todo (Ef. 1, 22-23). En otro lugar nos dice que todos concurrimos
a la perfección de Jesucristo y a su edad adulta (Ef. 4, 11-13), es decir a su
edad mística que sólo tendrá su plenitud en el día final.
De todo ello puedes deducir que la
vida cristiana consiste en continuar y completar la vida de Jesús. Debemos ser
otros Jesús sobre la tierra, que continuemos santa y divinamente en su espíritu
sus acciones y padecimientos.
Estas verdades, sumamente
importantes, entrañan grandes consecuencias para nosotros. Por eso medítalas a
menudo y comprenderás que la vida, la devoción y la piedad cristianas consisten
en continuar la vida y devoción de Jesús en la tierra. Por eso no sólo los
religiosos sino todos los cristianos han de llevar una vida santa y divina.
Muchos podrían pensar que es algo difícil o imposible. Pero resulta fácil y
grato si elevas a menudo tu espíritu a Jesús y te entregas a él en todas tus
acciones.
MES MARZO
EL ODIO AL
PECADO (Fortaleza para la misericordia)
Si estamos obligados a continuar en
la tierra la vida santa y divina de Jesús, es natural que nos revistamos de sus
sentimientos, como enseña su apóstol: Tengan en ustedes los sentimientos de
Cristo Jesús (Fp. 2, 5). Pues bien, Jesús tuvo dos sentimientos diametralmente
opuestos: un amor infinito hacia su Padre y hacia nosotros, y un odio extremo
al pecado, que se opone a la gloria de su Padre y a nuestra salvación. Jesús
ama de tal manera a su Padre y a nosotros que ejecutó acciones de trascendencia
infinita, soportó tormentos en extremo dolorosos y sacrificó su preciosa vida
para dar gloria a su Padre y por nuestro amor.
Y abomina de tal manera el pecado
que bajó del cielo a la tierra, se anonadó a sí mismo, tomó la condición de
esclavo, llevó durante treinta y cuatro años una vida de trabajos, desprecios y
sufrimientos, derramó hasta la última gota de su sangre, padeció la muerte más
cruel e ignominiosa. Todo eso por el odio que tiene al pecado y por el deseo
inmenso de destruirlo en nosotros. Pues bien, es deber nuestro continuar esos
mismos sentimientos de Jesús hacia su Padre y hacia el pecado y proseguir su
lucha contra el mal. Porque así como estamos obligados a amar a Dios
soberanamente y con todas nuestras fuerzas, así debemos odiar el pecado con
todas nuestras potencias. Para ello debes considerar el pecado no con mirada
humana y con ojos carnales y ciegos, sino con la mirada de Dios, con ojos
iluminados por su luz divina, en una palabra, con los ojos de la fe.
• Con esa luz y esos ojos
descubrirás que el pecado es infinitamente opuesto a Dios y a sus perfecciones
y privación del bien infinito.
• Por eso lleva en sí, en cierta
manera, malicia, locura, maldad y horror tan grandes como es Dios infinito en
bondad, sabiduría, hermosura y santidad (S. Th. III, 1,2 ad 2 m)
• Por lo mismo debemos odiarlo y
perseguirlo con el mismo ahínco con que buscamos y amamos a Dios.
• Verás que el pecado es algo tan
horrible que sólo puede borrarlo la sangre de un Dios; tan abominable que sólo
puede aniquilarlo el anonadamiento del Hijo único de Dios, tan execrable a los
ojos divinos por la ofensa infinita que le hace, que sólo pueden repararlo los
trabajos, sufrimientos, agonía, muerte y méritos infinitos de un Dios.
• Verás que el pecado es un cruel y
horrendo homicida y deicida. Porque es la causa única de la muerte del cuerpo y
del alma del hombre y porque pecado y pecador han hecho morir a Jesucristo en
la cruz y lo siguen crucificando todos los días.
• Finalmente destruye la naturaleza,
la gracia, la gloria y todas las cosas por haber destruido, en lo que de él
dependía, al autor de todas ellas.
Es tan detestable el pecado a los ojos
de Dios que cuando el ángel, que es la primera y más noble de sus criaturas,
cometió un solo pecado instantáneo de pensamiento, fue precipitado desde lo más
alto del cielo a los más profundos infiernos, sin oportunidad de penitencia,
pues era indigno y hasta incapaz de ella (Cf. S. Th. 1, I, 64, 2). Y cuando Dios encuentra a un hombre en la
hora de la muerte, en pecado mortal, a pesar de que es todo bondad y amor y que
desea ardientemente salvarlos a todos, hasta derramar su sangre y entregar su
vida con ese fin, se ve obligado, por su justicia, a proferir una sentencia de
condenación, y lo que es más sorprendente todavía el Padre eterno, al ver a su
Hijo único y santísimo cargado con pecados ajenos, no lo perdonó sino que lo
entregó por nosotros a la cruz y a la muerte (Rm. 8, 32.) demostrando así cuán
execrable y abominable es el pecado a sus ojos.
El pecado está tan lleno de malicia
que cambia a los siervos de Dios en esclavos del demonio, a los hijos de Dios
en hijos del diablo, a los miembros de Cristo en miembros de Satanás, y a los
que son dioses por gracia y participación, en demonios por semejanza e
imitación, como lo indica la Verdad misma cuando refiriéndose a un pecador
dice: uno de ustedes es un diablo (Jn. 6, 71). Finalmente caerás en cuenta de
que el pecado es el peor de los males y la mayor de las desgracias que llenan
la tierra y colman el infierno pues es la fuente de todos ellos. Más aún, es el
único mal: más pavoroso que la muerte, que el diablo y que el infierno porque
lo horrendo que ellos tienen proviene del pecado.
¡Pecado, qué detestable eres! Ojalá
los hombres te conocieran porque hay en ti algo infinitamente más horrible de
lo que se puede pensar y decir porque el hombre que tú mancillas no puede
purificarse sino con la sangre de un Dios, y a ti sólo puede destruirte la
muerte y el anonadamiento de un Hombre-Dios.
No me asombro, gran Dios, de que así
odies ese monstruo infernal y que lo castigues con tal rigor que se asombren
los que no te conocen y no miden la injuria que se te hace con el pecado. De
verdad que no serías Dios si no odiaras infinitamente la iniquidad. Porque así
como sientes la dichosa necesidad de amarte a ti mismo con amor infinito,
también sientes la necesidad de odiar infinitamente lo que en cierta manera se
opone a ti infinitamente.
Tú, cristiano, que lees estas cosas
que se apoyan en la verdad eterna, si aún te queda una chispa de amor y de celo
por el Dios que adoras, ten horror por lo que él abomina. Huye del pecado más
que de la peste, de la muerte y de todos los males imaginables. Conserva
siempre en ti el vigoroso propósito de sufrir mil muertes antes que de verte
separado de Dios con un pecado mortal. Y para que Dios te guarde de esa
desgracia evita también cuidadosamente el pecado venial como el mortal. Porque
nuestro Señor derramó su sangre y entregó su vida para borrar tanto el pecado
venial como el mortal. Además el que no se duele de las faltas veniales caerá
pronto en pecados graves.
Si no tienes estos propósitos, ruega
a nuestro Señor que los imprima en ti. Porque si no estás en disposición de
sufrir toda suerte de desprecios y tormentos antes que cometer un pecado, no
serás de verdad cristiano. Si, por desgracia, cometes una falta, esfuérzate por
levantarte cuanto antes mediante la contrición y la confesión para regresar a
tus anteriores disposiciones.
MES ABRIL. LA
FE (puerta para la misericordia)
El primer fundamento de la vida
cristiana es la fe. Porque el que se acerca a Dios, ante todo debe creer (Hb.
11, 6); sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb. 11, 6). La fe es la firme
seguridad de los bienes que se esperan, la plena convicción de las realidades
invisibles (Hb. 11, 1). La fe es la piedra fundamental de la casa y del reino
de Jesucristo. Es luz celestial y divina, participación de la luz eterna e
inaccesible, destello de la faz de Dios. O, para hablar conforme a la
Escritura, es como una divina impronta por la que la luz del rostro de Dios se
imprime en nuestras almas (Sal. 4, 7).
La fe es como una comunicación y
extensión de la luz y ciencia divinas infundida en el alma de Jesús en el
momento de su Encarnación. Es la ciencia de la salvación, la ciencia de los
santos, la ciencia que Jesucristo sacó del seno del Padre y trajo a la tierra
para disipar nuestras tinieblas e iluminar nuestros corazones. Él nos da los
conocimientos necesarios para servir y amar perfectamente a Dios y somete
nuestros espíritus a las verdades que nos ha enseñado, y nos sigue enseñando
por sí mismo y por medio de su Iglesia.
Por la fe expresamos, continuamos y
completamos en nosotros la sumisión amorosa y perfecta, la docilidad y el
sometimiento voluntario y sin oscuridad que su espíritu humano tuvo en relación
a las luces que su Padre eterno le comunicó y a las verdades que le enseñó. Esa
luz y ciencia divinas nos dan el conocimiento perfecto, en cuanto compatible
con las limitaciones de esta vida, de cuanto hay en Dios y fuera de él. La
razón y la ciencia humanas a menudo nos engañan; sus luces son débiles y
limitadas para penetrar lo infinito e incomprensible de Dios. Además se hallan
entenebrecidas por el pecado y no perciben claramente ni siquiera las cosas
externas a Dios. En cambio, la luz de la fe, participación de la verdad y de la
luz de Dios, no puede engañarnos porque nos hace ver las cosas tal como están
en su verdad y ante sus ojos.
De manera que si miramos a Dios con
los ojos de la fe lo veremos en su verdad, tal cual es, y, en cierta manera,
cara a cara. Pues aunque la fe vaya unida a la oscuridad y no nos permita ver a
Dios con la claridad con que se le ve en el cielo, sino como a través de una
nube, sin embargo no rebaja su grandeza a nivel de nuestros espíritus, como lo
hace la ciencia, sino que penetra a través de sus sombras hasta la infinitud de
las perfecciones divinas y nos hace conocer a Dios tal cual es, infinito en su
ser y en sus perfecciones.
La fe nos hace conocer que cuanto
hay en Dios y en Jesucristo, Hombre-Dios, es infinitamente grande y admirable,
adorable y digno de amor. Nos hace palpar la veracidad y la fidelidad de las
palabras y promesas de Dios que es toda bondad, dulzura y amor para los que le
buscan y confían en él. Y de igual manera es riguroso con los que le abandonan
porque es horrendo caer en manos de su justicia.
La fe nos atestigua que la
providencia de Dios conduce los acontecimientos del mundo con santidad y
sabiduría y que por lo mismo merece toda adoración y amor en lo que dispone,
por misericordia o por justicia, en el cielo, en la tierra y en el infierno. Si
miramos la Iglesia de Dios a la luz de la fe y pensamos que Jesucristo es su
Cabeza y que el Espíritu Santo la guía, veremos que es imposible que pueda
alejarse de la verdad ni extraviarse en la mentira (...).
Y si, con mirada de fe, nos
examinamos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, descubriremos que por
nuestras propias fuerzas no somos sino pecado y abominación y que las cosas del
mundo son humo, vanidad e ilusión. Por eso debemos mirarlo todo, no en la
vanidad de nuestros sentidos, ni con los ojos de la carne y de la sangre, ni
con la vista miope y engañosa de la razón humana, sino en la verdad de Dios y
con los ojos de Jesucristo.
La fe debe
guiar todas nuestras acciones
Así como debemos mirar todas las
cosas a la luz de la fe, si queremos conocerlas de verdad, también debemos
realizar nuestras acciones guiados por esa luz, para actuar santamente. Porque
así corno Dios se conduce por su sabiduría divina, los ángeles por su
inteligencia angélica, los hombres sin fe por la razón, los mundanos por sus
máximas, los voluptuosos por sus sentidos, así los cristianos se conducen por
la misma luz que guía a Cristo, su Cabeza, es decir, por la fe, que es
participación de la ciencia y luz de Jesucristo.
Esforcémonos, pues, por adquirir,
por todos los medios, la ciencia divina para guiarnos únicamente por ella. Con
este fin, al comenzar nuestras acciones, sobre todo las más importantes,
postrémonos ante el Hijo de Dios, adorémoslo como al que inicia y perfecciona
nuestra fe y como a la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Por nuestra naturaleza somos
tinieblas: las luces de la razón, de la ciencia y de la experiencia son, a
menudo, sombras e ilusiones. Por eso debemos renunciar a la sabiduría mundana y
rogar a Jesús que la destruya en nosotros. Que nos ilumine con su luz
celestial, nos guíe con su sabiduría para conocer su voluntad, y nos fortalezca
para adherirnos a sus palabras y promesas. Así cerraremos los oídos a todas las
consideraciones humanas y preferiremos con valentía las verdades de la fe, que
conocemos por su Evangelio y por su Iglesia, a los discursos mundanos de los
hombres.
MES MAYO. EL ESPIRITU DE JESÚS(condición básica para la
misericordia)
El desprendimiento del mundo
Como cristiano, además de odiar toda
clase de pecado, debes desprenderte en forma total del mundo y de las cosas del
mundo. Llamo mundo la vida corrompida y desordenada que en él se lleva, el
espíritu reprobable que en él reina, los sentimientos e inclinaciones perversas
que lo inspiran, las leyes máximas que lo gobiernan.
Llamo cosas del mundo todo lo que el
mundo estima, ama y codicia; los honores y alabanzas de los hombres, los
placeres vanos, las riquezas y comodidades temporales, las amistades y afectos
fundados en la carne y en la sangre, en el amor propio y en el propio interés.
Repasa la vida de nuestro Señor
Jesucristo y descubrirás que vivió en desasimiento perfecto. Si aceptas la
palabra de su Evangelio, aprenderás que quien no renuncia a todas las cosas, no
puede ser su discípulo (Lc. 14, 33).
Por eso, si deseas ser cristiano de
verdad y discípulo de Jesucristo y continuar y expresar con tu vida su vida
santa y desprendida de todo, es indispensable que te desprendas (renuncies) en
forma absoluta y universal, del mundo y de las cosas del mundo. Recuerda a
menudo que el mundo ha sido y será siempre contrario a Jesús, que siempre le ha
perseguido y crucificado y que así lo hará hasta el fin de los siglos. Los
sentimientos e inclinaciones, las leyes y máximas y el espíritu del mundo son
de tal manera opuestos a los de Jesucristo que no pueden subsistir juntos.
Porque mientras los de Jesús sólo tienden a la gloria de su Padre y a
nuestra santificación, los del mundo sólo tienden al pecado y a la perdición.
Las leyes y máximas de Jesús son
llevaderas, santas y razonables; las del mundo diabólicas, tiránicas e
insoportables. La vida de Jesús es santa y embellecida con toda clase de
virtudes: la del mundo es depravada, desordenada y repleta de vicios.
El espíritu de Jesús es
espíritu de luz, verdad, piedad, amor, confianza, celo pastoral, reverencia
para con Dios y los intereses de Dios. El espíritu del mundo es de error,
incredulidad, tinieblas, ceguera, desconfianza, murmuración, irreverencia,
insensibilidad para con Dios y sus intereses.
El espíritu de Jesús es de humildad,
modestia, mortificación abnegación, constancia y firmeza. El espíritu del mundo
es de orgullo, presunción, egoísmo, ligereza e inconstancia.
El espíritu de Jesús es de
misericordia, caridad, paciencia, dulzura y solidaridad con el prójimo; el
espíritu del mundo es de venganza, envidia, impaciencia, ira, maledicencia y
división.
Finalmente, el Espíritu de Jesús es
el Espíritu de Dios, Espíritu santo y divino, rico en dones, virtudes y
bendiciones; espíritu de paz que sólo busca los intereses de Dios y de su gloria.
Por el contrario, el espíritu del mundo es el espíritu de Satanás, príncipe de
este mundo: espíritu terrestre, carnal y animal, de turbación, inquietud y
tempestad que sólo busca sus intereses, satisfacciones y comodidades.
Ya puedes concluir que es imposible
que el espíritu y la vida del mundo puedan coexistir con el espíritu y la vida
del cristiano que son los mismos de Jesucristo. Por eso, si deseas ser de
verdad cristiano y pertenecer del todo a Jesucristo, vivir de su vida y dejarte
animar por su espíritu y guiarte por sus leyes, debes renunciar para siempre al
mundo.
No pretendo decir que te encierres
dentro de cuatro paredes, si Dios a ello no te llama, sino que vivas en el
mundo sin pertenecerle; que des testimonio, público, generoso y perseverante de
que no llevas una vida mundana ni te dejas conducir por el espíritu y las leyes
del mundo. Que te muestres santamente orgulloso de ser cristiano, de pertenecer
a Jesucristo y de preferir las verdades de su Evangelio a las falsedades con
que el mundo alecciona a sus seguidores. Que tengas al menos tanto valor para
alejarte de los criterios e inclinaciones del mundo y para despreciar su vana
palabrería y engañosas opiniones como él tiene de temeridad y de impiedad para
despreciar las máximas cristianas y perseguir a quienes las siguen. Porque en
ello consiste el verdadero temple y la generosidad cumplida. Lo que el mundo
considera hombría y fortaleza de espíritu es cobardía y flaqueza de corazón.
En una palabra desprenderse del
mundo es renunciar a él y vivir en él como sin estar en él.
El Reino de Jesús no es de este
mundo
Para que afiances en ti el
desprendimiento del mundo no basta que trates de separarte de él sino que, como
Jesucristo, tengas horror a él. Jesucristo no sólo nos exhorta por medio de su
discípulo amado, a que no amemos el mundo ni las cosas del mundo (1 Jn. 2, 15).sino que nos declara, por el apóstol
Santiago, que la amistad del mundo es su enemiga (Sant.
4, 4), es decir, que considera como enemigo a quienes aman el mundo. Él
nos asegura personalmente que su reino no es de este mundo (Jn. 18, 36) como tampoco él es del mundo y que
aquellos que su Padre le ha dado no son del mundo, así como él tampoco lo es (Jn. 17, 12-16).
Y lo que es más terrible, es que
proclama en alta voz que no ora por el mundo (Jn. 17,
9). Lo dijo el mismo día en que dio muestra de los mayores excesos de su
bondad, en la víspera de su muerte, cuando estaba listo a derramar su sangre y
a entregar su vida por la salvación de los hombres. Así fulmina un anatema,
maldición y excomunión contra el mundo y lo declara indigno de sus plegarias y
de su misericordia.
Finalmente, nos asegura que el
juicio del mundo es asunto concluido y que el príncipe de este mundo ya está
juzgado (Jn. 12, 13). Y de hecho, apenas el
mundo se corrompió por el pecado, la justicia divina lo juzgó y condenó a ser
consumido por el fuego. Y aunque se difiera el cumplimiento de la sentencia, de
todos modos se ejecutará en la consumación de los siglos. Por eso Jesucristo lo
mira como el objeto de su odio y maldición.
Comparte, pues, estos sentimientos
de Jesús frente al mundo y las cosas del mundo. Míralo como lo mira Jesús.
Míralo como algo que él te prohíbe amar si no quieres perder su amistad, y que
por estar excomulgado y maldito por él no te es lícito frecuentar sin participar
de su maldición.
Mira las cosas que el mundo aprecia
y ama de preferencia: los placeres, honores, riquezas, amistades, apegos
mundanos y cosas semejantes, como algo efímero, conforme al oráculo divino: el
mundo pasa con sus codicias (1 Jn. 2, 17);
que sólo son humo, ilusión, vanidad y atrapar vientos. Lee y medita a menudo
estas verdades y ruega cada día al Señor que las imprima en tu espíritu.
Y para disponerte a ello, destina
diariamente unos momentos; para adorar a Jesucristo en su perfecto desprendimiento
del mundo: suplícale que te desprenda totalmente de él y que imprima en tu
corazón odio, horror, abominación por las cosas del mundo.
Ten cuidado de no enredarte en las
visitas y tratos inútiles, que se estilan en el mundo: apártate de ellos cueste
lo que cueste y huye, más que de la peste, de los sitios, personas y compañías
en donde sólo se habla del mundo y de temas mundanos. Porque como allí se habla
de esas cosas con deleite y apego es fácil que dejen huella funesta en tu
espíritu. Y tú acabarás perdiendo el tiempo, disipándote tristemente y
atrapando el viento. Sólo ganarás pesadumbre, enfriamiento en la piedad,
alejamiento de Dios y mil faltas que allí cometerás.
Mientras busques y gustes las
conversaciones del mundo, Aquél que encuentra sus delicias en estar con los
hijos de los hombres, no las encontrará en ti y no te hará gustar las dulzuras
que él comunica a quienes se deleitan en conversar con él. Huye, pues, del
mundo, te lo repito, y desprecia su vida, su espíritu, sus máximas.
En cuanto de ti dependa no trabes
amistad ni tengas comunicación sino con las personas a quienes puedes ayudar o
que te puedan ayudar a ti, con su ejemplo y su palabra, a amar a nuestro
amabilísimo Jesús, a vivir en su espíritu y a detestar cuanto le es contrario.
El desprendimiento de mí mismo
Pero no basta renunciar al mundo,
por importante que ello sea, para lograr el desprendimiento perfecto que es uno
de los primeros fundamentos de la vida cristiana. Nuestro Señor dice
clamorosamente que el que quiera seguirlo renuncie a sí mismo y vaya detrás de
él (Mt. 16, 24)Si queremos, pues, formar parte
del séquito de Jesús y pertenecerle, tenemos que renunciar a nosotros mismos, a
nuestro propio espíritu, criterio, voluntad, deseos e inclinaciones y a nuestro
amor propio. Este nos inclina a evitar lo que nos hiere y mortifica en el
cuerpo o en el espíritu y a buscar lo que nos da placer o deleite.
Dos razones nos obligan a esa
abnegación y renuncia de nosotros mismos.
1. Porque todo lo que es
exclusivamente nuestro se halla tan desordenado y depravado como consecuencia
del pecado, que es contrario a Dios, traba susdesignios y se opone a su amor y
a su gloria. Por eso si queremos ser de Dios tenemos que renunciar a nosotros
mismos, olvidarnos, perdernos y anonadarnos.
2. Porque nuestro Señor Jesucristo,
nuestra cabeza y nuestro modelo, en quien todo era santo y divino, vivió en tal
desprendimiento de sí mismo, se vació de sí mismo de tal manera su espíritu
humano y su propia voluntad, y el amor de sí mismo, que todo lo hizo únicamente
bajo la dirección del espíritu de su Padre; nunca siguió su propia voluntad
sino la de su Padre, y se comportó consigo mismo como si en lugar de amarse se
hubiera odiado: porque se privó en este mundo de una gloria y felicidad
infinitas, de todos los deleites y satisfacciones humanas y sólo buscó y aceptó
los sufrimientos del cuerpo y del alma.
Por eso, si somos de verdad miembros
suyos, debemos revestir sus sentimientos y disposiciones y resolvernos a vivir
en adelante en total separación, olvido y odio de nosotros mismos. Para ello
adorarás a menudo a Jesús en su desprendimiento de sí mismo y te entregarás y
unirás a él plenamente para que te conduzca en todo conforme a su espíritu, su
voluntad y su puro amor.
Al comenzar tus acciones levantarás
tu corazón hacia él diciéndole:
Jesús, renuncio resueltamente a mí
mismo, a mi propio espíritu, a mi propia voluntad y a mi amor propio, y me
entrego por entero a ti, a tu santo espíritu y a tu divino amor; sácame fuera
de mí mismo y guíame en esta acción según tu santa voluntad.
Cuando se presenten opiniones
contrastadas, como es de común ocurrencia, aun cuando creas tener la razón y la
verdad de tu parte, renuncia gustoso a tu criterio personal en favor del
parecer ajeno con tal que no sufra mengua la gloria de Dios.
Si sientes deseos o inclinaciones
hacia algo, sacrifícalo a los pies de Jesús, declarándolo que no quieres tener
deseos e inclinaciones distintos a los suyos.
Cuando notes que sientes ternura o
afecto sensible hacia alguna cosa, vuélvete a Jesús y dile:
Amado Jesús, te entrego mi corazón y
mis afectos. Tú eres el único objeto de mis amores. Que nada ame sino en ti y
para ti.
Cuando recibas elogios, trasládalos
al único que merece todo honor. Gloria mía, no quiero otra gloria que
la tuya: porque sólo a ti se debe el honor, la alabanza y la gloria. Yo
sólo merezco desprecio y humillación.
Cuando se te presenten
ocasiones de mortificar el cuerpo o el espíritu o de privarte de algún placer
(como sucede a cada instante), acéptalas gustoso por amor a nuestro Señor y
agradécele porque te da la oportunidad de mortificar tu amor propio y de honrar
las mortificaciones y privaciones de su vida terrena.
Cuando sientas alegrías o consuelos,
piensa en aquél que es la fuente de todo consuelo y dile:
Jesús, no quiero otro contento que
no sea el tuyo. Ya es suficiente alegría para mí saber que eres Dios y por lo
mismo mi Dios. Jesús, que seas siempre Jesús, el glorioso, el inmenso, el
dichoso y estaré siempre contento. No permitas que encuentre felicidad en cosa
alguna en el mundo sino sólo en ti para poder repetir con la santa reina Ester:
“Tu bien sabes, Señor Dios... que tu siervo sólo se ha deleitado en ti”.(Est. 14, 17).
MES JUNIO
CONTEMPLACIÓN
DE LA MISERICORDIA
“Nuestro (Buen Redentor) está lleno
de compasión de nuestras miserias y las ha llevado en su corazón con tanto
dolor …que su benignísimo corazón ha sido afligido con miles y miles de dolores
sensibilísimos y muy penetrantes” (OC VIII 53).
“La divina misericordia es una
perfección que mira las miserias de la creatura para aliviarla e incluso para
liberarla” (OC VII, 7)
“Primeramente, habiéndose hecho
hombre y habiendo tomado un cuerpo y un corazón capaz de sufrimiento y de dolor
como el nuestro, estuvo lleno de tal compasión de nuestras miserias, y las
llevó en su corazón con tanto dolor, que no hay palabras que lo puedan
expresar” (OC, VIII, 53)
“Tres cosas se necesitan para la
misericordia: la primera es que tenga compasión de la miseria del otro; porque
es misericordioso quien lleva en su corazón las miserias de los miserables. La
segunda, que tenga una gran voluntad de socorrerlos en sus miserias. La
tercera, que pase de la voluntad al efecto” (OC, VIII 53)
“Yo consideraría que el amor con el
cual Dios me ha amado antes de que yo existiera, no solamente es eterno, puesto
que me ha amado desde toda la eternidad, sino continuo, inmutable y muy
constante. Porque, desde que él empezó a pensar en mì y a amarme, pero sin
comienzo, no lo ha dejado de hacer; no ha habido ninguna interrupción en su
pensamiento y en su amor por mí… y sin embargo, a pesar de que ha previsto
todas mis ofensas e ingratitudes, no ha habido ningún cambio ni alteración en
su amor invariable y permanente por mí” (OC II, 137)
MES JULIO
MISIONEROS DE
LA MISERICORDIA
Nosotros somos los misioneros de la
divina misericordia, enviados por el Padre de las misericordias para distribuir
los tesoros de su misericordia a los miserables, es decir, a los pecadores, y
para tratarlos con espíritu de misericordia, de compasión y de dulzura» (OC,X300)
«Dios ha puesto sus divinos ojos
sobre mí desde toda la erternidad … me ha mirado con ojos de misericordia …me
ha amdo con ternura y ardor…» (OC,Il,135)
Entre las divinas perfecciones cuya
semejanza lleva en sí el divino Corazón de nuestro Salvador, debemos sentir
especial devoción hacia la Misericordia divina y esforzarnos por grabar su
imagen en nuestro corazón. Para lograrlo hay que hacer tres cosas:
• La
primera, es perdonar de todo corazón y olvidar prontamente las ofensas
recibidas de nuestro prójimo.
• La
segunda es, compadecer las miserias corporales de nuestros semejantes y tratar
de aliviarlas y consolar al que sufre.
• La
tercera es, compartir las miserias espirituales de nuestros hermanos, lo que es
más importante que lo anterior; y por ello, hemos de apiadarnos de las almas
desgraciadas que no tienen piedad de sí mismas, y valernos de nuestras
oraciones, buenos consejos y ejemplos para preservarlas de las penas del
infierno.
¡Benignísimo Corazón de Jesús!,
imprime en nuestros corazones una imagen perfecta de tus grandes misericordias,
a fin de que demos cumplimiento a tu divino mandato: «Sean misericordiosos a
imitación de su Padre celestial» (Lc. 6, 36).
(Meditaciones sobre el Divino
Corazón de Jesús, Otras actitudes generales, Segunda meditación: El Corazón de
Jesús es el santuario y la imagen de las perfecciones divinas)
MES AGOSTO. CORAZÓN
DE JESÚS
«Este Corazón divino del Padre de
Jesús es la primera fuente de la encarnación y del nacimiento de su Hijo en la
tierra …porque …el amor del Padre de las misericordias lo llevó a enviar a su
Hijo a este mundo, y a hacerlo nacer en la tierra por la salvación de los
hombres” (OC,VIlI,124-125).
“Oh Jesús, oh creador mío, Salvador
mío y soberano Señor mío ¿qué es esta maravilla? ¡Ah! ¡Que yo tenga ahora y de
verdad en el interior de mi alma a aquél que reside desde toda la eternidad en
el seno del Pare!... ¡Ah! Dios, ¡Cuántas misericordias, cuántos favores! ¿Qué
diré delante de cosas tan grandes y tan maravillosas?” (OC, I 142-143)
«¡Oh cuánto amor! ¡Oh qué amor! ¡Oh
Qué bondad! ¡Oh, cuántas alabanzas y cuántas acciones de gracia le debes dar
por tantos favores!.Confiteantur Domino misericordiaeejus, et
mirabiliaejusfiliishominum (Ps 107,8). Que todas las misericordias del Señor
para con los hijos de los hombres y todas las maravillas que les hace y realiza
por ellos lo alaben y lo glorifiquen eternamente» (OC,Il,219)
«Pero la misericordia de Dios es tan
excesiva que se contenta con un momento de verdadera penitencia. ¡Oh admirable
benignidad! Por un instante de verdadera contrición, … Dios perdona cincuenta,
sesenta años de pecado y de miles de crímenes de toda clase, y recibe al
pecador en su gracia,y lo restablece en el número de sus hijos y de sus herederos,
y en el derecho de poseer un día todos sus bienes» (OC, VIl,23)
“¡Oh paciencia admirable! ¡Oh prodigiosa
mansedumbre! ¡Oh paciencia admirable! ¡Oh misericordia incomparable! ... ¡Oh
Señor, que todas tus misericordias te alaben y te bendigan siempre; que todas
las maravillas de tu incomparable paciencia y de tu indecible benignidad para
con los hijos de los hombres te glorifiquen eternamente cfPs 107 (106) ,8
» (OC. VIl 23)
MES SEPTIEMBRE
Corazón grande
«La práctica de la misericordia para
el cristiano se realiza, entonces, «Corde magno», es decir, con el Gran
Corazón, que es el Corazón de la Santìsima Trinidad, el Corazón de Jesús y de
María y de todos los ángeles y santos (OC,VI,262)
«El Padre eterno es llamado Padre de
las misericordias porque es el Padre del Verbo encarnado, que es la
misericordia misma» OC, VIII, 52 et 62)
«Por su encarnación, el Hijo de Dios
ha ejercido su misericordia con nosotros … porque todos los efectos de
misericordia que nuestro Salvador ha producido en los hombres desde el comienzo
del mundo hasta hoy, y los que continuará produciendo en toda la eternidad,
provienen y provendrán del misterio adorable de su Encarnación, como de su
fuente y de su primer principio» (OC,VIII,52-53)
«El Padre y el Hijo dan y comunican
al Espíritu Santo todo lo que son, todo lo que tienen, todo lo que pueden y
todo lo que saben. El Espíritu Santo está sin cesar refiriendo al Padre y al
Hijo como a su principio, todo lo que recibe de ellos (OC, Il,16)
«Y así como (el Padre) ha puesto en
él (el Hijo) todos los tesoros de su ciencia y de su sabiduría (Col 2,3), de su
bondad y de su belleza y de todas las
demás perfecciones divinas, lo mismo él nos anuncia sus complacencias y
sus delicias en este Hijo único y Bienamado (Mt 3,17). Lo cual, sin embargo, no
excluye al Espíritu Santo, puesto que es el Espíritu de Jesús y es uno con
Jesús (OC, I 114)
«Oh Jesús, mi creador, mi salvador,
mi soberano salvador, ¿qué es esta maravilla? ¡Cómo! Que yo tenga ahora y
verdaderamente en el seno de mi alma al que reside por toda la eternidad en el
seno del Padre … ¡Ah! Dios, ¡cuántas misericordias, cuántos favores!, ¿Qué
diré, qué haré frente a cosas tan grandes y tan maravillosas? » (OC I, 142-143)
MES OCTUBRE
MARTIRES,
BUENOS OBREROS DEL EVANGELIO
¿Cuál es el espíritu del martirio?
Es un espíritu que tiene cinco cualidades muy excelentes:
Es un espíritu de fuerza y de
constancia, que no puede ser doblegado ni vencido por promesas ni por amenazas, ni por suavidad ni por rigor, y
que solo teme a Dios y al pecado.
Es un espíritu de humildad muy
profunda, que aborrece la vanidad y la gloria del mundo, y que ama los
desprecios y las humillaciones.
Es un espíritu de desconfianza de sí
mismo y de segurísima confianza en nuestro Señor Jesús, como en aquel que es nuestra
fuerza y en cuya virtud lo podemos todo.
Es un espíritu de perfectísimo
desprendimiento del mundo y de todas las
cosas que son del mundo. Pues, lo que han de sacrificar su vida a Dios, deben sacrificarle todo lo
demás.
Es un espíritu de ardentísimo amor a
nuestro señor Jesucristo, que lleva a todos los que están animados de este
espíritu a hacerlo todo y a sufrirlo todo por el amor de aquel que lo hizo todo
y lo sufrió todo por ellos.
(O.C. I, 296)
MES NOVIEMBRE
MISERIAS DE
LOS MISERABLES Y LA MADRE DE MISERICORDIA
«Podemos decir que la misericordia
de Dios es tan grande, y es el más grande de todos sus atributos, de cualquier
género que sean. Porque los efectos de la misericordia sobrepasan los del
poder, de la sabiduría, de la justicia y de todas las otras perfecciones
divinas que podemos conocer en este mundo» (OC,VIII 55).
«Es misericordioso el que lleva en
su Corazón por compasión las miserias de los miserables» OC,VIII,53)
«¡Ah Dios mío, cuántas ingratitudes
y ofensas! Misericordia, Dios mío, misericordia para este pecador ingrato y
pérfido» (OC ,ll,137)
Si deseas … experimentar los efectos
de la misericordia, reconoce, ante todo, que eres un abismo de miserias, que
tienes una necesidad infinita del socorro de la Madre de misericordia, y que eres
infinitamente indigno (OC, Vll,16)
«El abismo de mis miserias atrae el
abismo de sus misericordias” (OC,1II,491)
«Reconocemos y honramos a la Madre
del Salvador como la Madre de misericordia, a quien su Hijo bienamado ha
querido comunicar su gran misericordia, a fin de asociala en las obras de su
clemencia y de su benevolencia (OC,VIlI,62)
Este benignísimo Corazón de María
está tan lleno de misericordia, que se desborda por todas partes y se extiende
hasta el cielo y hasta el infierno (OC VI, 174)
Este corazón virginal de la Madre de
gracia está tan lleno de misericordia que no sólo la ejerce con los pecadores
que tienen el deseo de convertirse, sino también con los que no tienen ninguna
preocupación por su salvación (OC,VI, 174-175)
MES DICIEMBRE.
ORACIÓN, CAMINO DE SANTIDAD
Colocamos el santo ejercicio de la
oración entre los principales fundamentos de la vida y santidad cristiana,
porque la vida de Jesucristo fue una oración constante y es deber nuestro
continuarla y expresarla.
La tierra que nos sostiene, el aire
que respiramos, el pan que nos alimenta, el corazón que palpita en nuestro
pecho, no son tan necesarios para la vida humana como la oración para llevar
una vida cristiana. Porque:
• La
vida cristiana, que el Hijo de Dios llama vida eterna, consiste en conocer y
amar a Dios (Jn. 17, 3) y esta divina ciencia la adquirimos en la oración.
• Por
nosotros mismos nada somos ni podemos; somos pobreza y vacío. Debemos acudir a
Dios a cada instante para recibir de él cuanto necesitamos.
• La
oración es una elevación respetuosa y amorosa de nuestro espíritu y nuestro
corazón a Dios.
• Es
dulce diálogo, santa comunicación, divina conversación del cristiano con su
Dios.
• En
la oración contemplamos a Dios en sus perfecciones, misterios y obras; lo
adoramos, lo bendecimos, lo amamos y glorificamos; nos entregarnos a él, nos
humillamos por nuestros pecados e ingratitudes y pedimos su misericordia;
tratamos de asemejarnos a él por la contemplación de sus virtudes y
perfecciones. Finalmente le pedimos lo necesario para amarlo y servirlo.
• Orar
es participar de la vida de los ángeles y de los santos, de la vida de
Jesucristo, de su santa Madre y de la misma vida de las tres divinas personas.
• La
vida de Cristo y de los santos es un continuo ejercicio de oración y
contemplación, de glorificación y de amor a Dios, de intercesión por nosotros.
• Y
la vida de las tres divinas personas se halla perpetuamente ocupada en
contemplarse, glorificarse y amarse mutuamente, que es lo fundamental en la oración.
• La
oración es la felicidad perfecta y el verdadero paraíso en la tierra. Gracias a
ella el cristiano se une a su Dios, su centro, su fin y soberano bien.
• En
la oración el cristiano posee a Dios y Dios se apodera de él.
• Por
la oración le damos nuestros homenajes, adoraciones y afectos y recibimos sus
luces, sus bendiciones y las innumerables pruebas de su amor infinito.
• En
ella, Dios realiza su divina palabra: Mis delicias son estar con los hijos de
los hombres (Prov. 8, 31).
• En
ella conocemos experimentalmente que la felicidad perfecta está en Dios, que
miles de años de placeres mundanales no valen un momento de las verdaderas
delicias que Dios da a gustar a quienes colocan su deleite en conversar con él
mediante la oración.
• Finalmente,
la oración es la más digna, noble e importante ocupación, porque es la misma de
los ángeles, de los santos, de la santa Virgen, de Jesucristo y de la santísima
Trinidad durante la eternidad, y será nuestra ocupación perpetua en el cielo.
• Es,
además, la verdadera y propia ocupación del hombre y del cristiano, porque el
hombre no ha sido creado sino para Dios, para entrar en comunión con él, y el
cristiano está en la tierra para continuar en ella lo que Cristo hizo durante
su vida mortal.
• Por
eso te exhorto y te encarezco, en nombre de Dios, que no prives a Jesús de su
gran deleite de estar y de conversar con nosotros mediante la oración, y que
experimentes la verdad de aquel dicho del Espíritu Santo: No hay amargura en su
compañía, ni cansancio en su convivencia, sino placer y alegría (Sab 8,16).
• Considera,
pues, la oración como el principal, el más necesario, urgente e importante de
tus quehaceres. Trata de desligarte de asuntos menos necesarios, para darle más
tiempo a ésta, especialmente en la mañana, en la noche y poco antes del
almuerzo en una de las maneras que te voy a proponer.
Vida y Reino, textos tomados de la
segunda parte
MES ENERO
FORMAR A JESÚS
EN NOSOTROS
Para formar a Jesús en nosotros:
1. Acostumbrémonos a verlo en todas las cosas
y a tenerlo por único objeto en nuestros ejercicios de devoción y en todas
nuestras acciones, con todos sus estados, misterios, virtudes y acciones.
Porque él es todo en todas las cosas: el ser de cuanto existe, la vida de los
vivientes, la hermosura de las cosas bellas, el poder de los poderosos, la
sabiduría de los sabios, la santidad de los santos. Casi no ejecutamos acción
alguna que él mismo no haya realizado cuando estaba en la tierra: ésa es la que
debemos contemplar e imitar mientras ejecutamos la nuestra. De esa manera,
pensando en él a menudo y contemplándolo en todas las cosas, llenaremos nuestro
entendimiento de Jesús y lo formaremos e instalaremos en nuestro espíritu.
2. No sólo debemos formar a Jesús en nuestro
espíritu, pensemos en él y contemplémoslo en todas las cosas: también lo
formaremos en nuestros corazones con el ejercicio frecuente de su divino amor.
Elevaremos a menudo, amorosamente, nuestro corazón hacia él y haremos todas
nuestras acciones por su amor, consagrándole todos nuestros afectos.
3. Lo formaremos dentro de nosotros por el
vaciamiento de nosotros mismos y de todo lo nuestro. Porque si deseamos que
Jesús viva y reine en nosotros hay que hacer morir y desaparecer todas las
criaturas de nuestro espíritu y de nuestro corazón. Ya no las amaremos por sí
mismas sino en Jesús y a Jesús en ellas, Tenemos que hacer de cuenta que el
mundo y cuanto hay en él ha desaparecido y que para nosotros no existe sino
Jesús en este mundo; que sólo a él hemos de contemplar, agradar y amar.
Nos esforzaremos también por destruir nuestro
criterio, nuestra voluntad y amor propio, nuestro orgullo y vanidad, nuestras
inclinaciones y hábitos desordenados, los deseos e instintos de nuestra
naturaleza corrompida y todo lo que nace en nosotros. Porque en nosotros mismos
nada hay libre de la depravación del pecado: todo es contrario a Jesucristo, a
su gloria y a su amor. Por eso todo debe desaparecer para que Jesucristo viva y
reine plenamente en nosotros. Es éste el principio fundamental y el primer paso
en la vida cristiana. Es lo que la Palabra santa y los santos Padres llaman
“perderse a sí mismo”, morir a sí mismo, renunciar a sí mismo. Y ésa debe ser
una de nuestras preocupaciones principales, uno de los principales ejercicios
que debemos realizar mediante la abnegación, la humildad, la mortificación
interior y exterior, como medio precioso para formar a Jesús en nosotros.
4. Pero como la gran tarea de formar a Jesús
en nosotros supera excesivamente nuestras fuerzas, debemos acudir, ante todo,
al poder de la gracia divina y a la intercesión de la Virgen y de los santos.
Roguemos, pues, con insistencia a la Virgen, a los ángeles y a los santos que
nos ayuden con sus oraciones. Entreguémonos al poder del eterno Padre y al amor
ardiente que tiene a su Hijo; entreguémonos también a su Espíritu Santo y
supliquémosle que nos aniquile enteramente para que Jesús viva y reine en nosotros.
Aniquilémonos a menudo a los pies de Jesús y
supliquémosle, por el gran amor con que se anonadó a sí mismo que emplee su
divino poder para aniquilarnos y para establecerse en nosotros. Digámosle con
este fin:
Buen
Jesús, te adoro en aquel anonadamiento de que nos habla tu apóstol que nos
dice: se vació de sí mismo. Adoro tú
inmenso y poderoso amor que te condujo a ello.
Me entrego
y me abandono al poder de ese amor para que me aniquiles totalmente. Emplea, Jesús,
tu poder y tu bondad infinita para vivir en mí y destruir mi amor propio, mi
voluntad propia y mi espíritu, mi orgullo y todas mis pasiones, sentimientos,
inclinaciones para que reinen en mí tú santo amor, tu voluntad, tu espíritu, tu
profunda humildad y todas tus virtudes, sentimientos e inclinaciones.
Elimina
también en mí todas las criaturas y destrúyeme en el espíritu y en el corazón
de todas ellas y ponte tú mismo en su lugar y en el mío, para que una vez
instalado tú en todas las cosas, no se vea, ni aprecie, ni desee, ni busque, ni
ame nada fuera de ti, no hable sino de ti, no actúe sino por ti. De esa manera
lo serás todo y lo harás todo en todos, y serás tú quien ames y glorifiques a
tu Padre en nosotros y para nosotros, con un amor y una gloria dignos de él y
de ti.
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