Hablando de misericordia,
hay algo que solemos olvidar con lamentable frecuencia:
hay algo que solemos olvidar con lamentable frecuencia:
quien sufre
no espera quizás nuestros consejos o nuestros buenos deseos.
Sencillamente sólo necesita un hombro sobre el cual llorar,
una mirada que le preste atención,
un corazón que se le abra,
unas manos que se le tiendan
o quizás dos oídos dispuestos a escuchar.
O, a lo mejor, solamente
alguien que llore a su lado sin preguntar por qué.
Alguien, en definitiva,
que traspase la estructura del discurso y de las frases hechas
y con su propia vida le diga:
aquí estoy,
te acompaño,
no estás solo,
puedes contar conmigo.
Y si tú hablas,
hazlo con discreción, prudencia y amablemente.
Sólo así ayudarán a sanar el corazón herido.
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