El N.T. nos muestra a Jesús como el que existía sólo para y por los demás, el Padre y los hombres. Hechos 10,38 sintetiza su ministerio en una sola frase: «el que pasó haciendo el bien»; y todo el N.T., en sintonía con la gran tradición profética del A.T., nos explica cómo fue ese «pasar haciendo el bien».
La carta a los Hebreos, por su parte, muestra a Jesús, de manera sistemática, como el hombre fiel a Dios y a los hombres, cercano y solidario con ellos en la misericordia, que «no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Heb 2,12). Juan Eudes comenta a tal respecto: «todos los instantes de su vida, los empleó por nosotros: sus pensamientos, palabras y acciones, y los pasos que dio estuvieron todos consagrados a nuestra salvación...».
Y esta conducta no fue sólo expresión de un alma noble, sino una verdadera revelación del corazón de Dios; de ese modo se reveló, definitivamente, el verdadero nombre y rostro de Dios, como el «Abbá», o sea, un Padre de bondad, ternura y misericordia. El es el «Padre santo» (Jn 17,11) y el «Padre justo» (Jn 17,26).
Como «Padre santo» rompe las estrecheces de la creación, quiebra todos nuestros moldes y habita en los cielos; como «Padre justo» es el Dios que se compadece de nuestra pequeñez y planta su tienda entre nosotros, el Dios que nos ofrece su Reino. Ambas expresiones -abbá y la cercanía del Reino de Dios- vienen a significar, en la enseñanza de Jesús, lo mismo: que Dios es amor absoluto, gratuito e incondicional; es decir, que ama sin exigir condiciones previas para que su amor pueda darse, porque es puro don; y que Él es siempre quien ama primero, sin que las actuaciones concretas, incluídos los pecados, de los hombres puedan alterar su amor (cf. Mt 5,46-47 y Lc 6,33).
Por eso los evangelios se hacen «buena noticia»: comienzan diciéndonos que Jesús es el «Dios con nosotros» y luego nos muestran su existencia enteramente dedicada a insertar la bondad de Dios en la historia y condición humana; incluso para explicitar el misterio de Cristo -su cruz y resurrección- se ven forzados a narrar lo concreto de su vida, su «ser como nosotros», presentándolo como un auténtico evangelio del Padre de las misericordias.
En pocas palabras, el anuncio de Jesús sobre el Padre resume de modo muy personal la totalidad de su evangelio. Y lo que él nos revela, con sus obras y palabras, es que el Padre tiene corazón: a exponerlo explicarlo estuvieron encaminadas las parábolas de la misericordia, las bienaventuranzas, y muchos otros signos. Ahí nació la acendrada devoción de Juan Eudes al Corazón de Cristo.
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