viernes, 30 de septiembre de 2016

Llamados a ser testigos del evangelio de la misericordia

“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaria,
y hasta los últimos confines de la Tierra”
(Hch 1,8)

“El hombre contemporáneo escucha más a gusto
a los que dan testimonio que a los que enseñan,
o si escucha a los que enseñan,
es porque dan testimonio”
(EN 41)


Parece que una convicción cada vez más asentada en las diversas familias y grupos eclesiales que desarrollan hoy una acción pastoral pegada a la realidad es que vivimos tiempos en que el Evangelio debe contagiarse mediante el testimonio vital y coherente de los evangelizadores. Como dice uno de los autores de los estudios de este mes en Misión Joven, “una nueva evangelización y una iglesia renovada deberán, hoy como ayer, fundarse en testigos fidedignos del Señor Resucitado… Antes de ejercer como testigos, los discípulos tuvieron que saber que su Señor estaba vivo y compartir esa convicción personal con quienes ya la tenían. Testigo es, pues, quien ha sido ‘encontrado’ por Jesús Resucitado y se encuentra entre hermanos vinculados por idéntica experiencia” ((Juan José Bartolomé).
Creemos que esa convicción de la prioridad de los actos y gestos sobre las palabras, de la urgente necesidad de testigos auténticos y sin doblez, es una de las líneas programáticas del pontificado del papa Francisco. También es una de las razones por las que en pocos meses ha llamado poderosamente la atención de creyentes y no creyentes. No sólo “nos parece” que es así, sino que contamos con afirmaciones claras por su parte, como estas palabras pronunciadas en Asís el pasado 4 de octubre de 2013: “¿Sabéis qué les dijo San Francisco a sus discípulos? Predicad el Evangelio, y si fuera necesario, con la palabra. ¿Pero se puede predicar el Evangelio sin la palabra? Sí, con el testimonio. Primero el testimonio, después la palabra”.
La orientación de la Escritura
En realidad, esta prioridad del testimonio vital sobre las palabras no la hemos inventado ahora. La encontramos en la Biblia. Tomamos como muestra dos botones. Casi todos los profetas judíos tienen textos fuertes contra las palabras pronunciadas en el Templo que no son respaldadas, sino desmentidas, por los actos de los que manifiestan tener buen “piquito de oro”, pero malas obras. Sirvan como ejemplo estas palabras de jeremías: “Oíd la palabra de Yahveh los que entráis por estas puertas a postraros ante Yahveh. Así dice Yahveh, el Dios de Israel: mejorad de conducta y de obras, y yo haré que os quedéis en este lugar. No confiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Templo de Yahveh, Templo de Yahveh, Templo de Yahveh es éste!» Porque si mejoráis realmente vuestra conducta y obras, si realmente hacéis justicia mutua y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda (y no vertéis sangre inocente en este lugar), ni andáis en pos de otros dioses para vuestro daño, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde siempre hasta siempre. Pero he aquí que vosotros os hacéis ilusiones con palabras engañosas que de nada sirven, para robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal y seguir a otros dioses que no conocíais” (Jer 7,3-9).
Jesús de Nazaret se situó en esa línea profética y profundizó esa denuncia: “No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen” (Mt 23,3). La incoherencia entre decir y hacer fue siempre duramente criticada por Jesús.
Descrédito actual de los grandes discursos
Ya constataba Pablo VI en 1975 (cf. EN 41) que el hombre moderno es alérgico a los grandes palabras cuando no van acompañadas, o mejor precedidas, de actos concretos y palpables coherentes con dichos discursos. Hoy esa situación se ha radicalizado. La posmodernidad que vivimos en Occidente desde hace ya tres décadas largas ha acentuado la desconfianza hacia la verdad y las grandes palabras. Richard Rorty afirmaba irónicamente su desconfianza ante las palabras escritas en mayúsculas: Verdad, Historia, Libertad, Justicia… Y Jacques Derrida ha hecho una crítica demoledora de lo que llama logocentrismo occidental, ese poner los grandes discursos en el centro y pensar ilusamente que sólo por pronunciarse se cumplen.

Así pues, dado que los jóvenes son especialmente sensibles a esta desconfianza, en la Pastoral Juvenil adquiere la máxima importancia esta preocupación por la autenticidad de los testigos del Evangelio y por la coherencia de nuestros gestos y actuaciones. Esto implica, como consecuencia fundamental que a veces descuidamos, asegurar la formación y autenticidad de vida los agentes de Pastoral Juvenil: educadores, animadores, catequistas…

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