sábado, 17 de septiembre de 2016

Jesús el hombre del amor infinito

El N.T. nos muestra a Jesús como  el que existía sólo para y por los demás, el Padre y los hombres. Hechos 10,38 sintetiza su ministerio en una sola frase: «el que pasó haciendo el bien»; y todo el N.T., en sintonía con la gran tradición profética del A.T., nos explica cómo fue ese «pasar haciendo el bien». 
La carta a los Hebreos, por su parte, muestra a Jesús, de manera sistemática, como el hombre fiel a Dios y a los hombres, cercano y solidario con ellos en la misericordia, que «no se avergüenza de llamarlos herma­nos» (Heb 2,12). Juan Eudes comenta a tal respecto: «todos los instantes de su vida, los empleó por nosotros: sus pensamientos, palabras y ac­ciones, y los pasos que dio estuvieron todos consagrados a nuestra sal­vación...».
Y esta conducta no fue sólo expresión de un alma noble, sino una verdadera reve­la­ción; de ese modo se reveló, definitivamente, el verdadero nombre y rostro de Dios, como el «Abbá», o sea, un Padre de bondad, ternura y misericordia. El es el «Padre santo» (Jn 17,11) y el «Padre justo» (Jn 17,26)
Como «Padre santo» rompe las estrecheces de la crea­ción, quiebra todos nuestros mol­des y habita en los cielos; como «Padre justo» es el Dios que se compadece de nuestra pequeñez y planta su tienda entre nosotros, el Dios que nos ofrece su Reino. Ambas expresiones -abbá y la cercanía del Reino de Dios-  vie­nen a significar, en la enseñanza de Jesús, lo mismo: que Dios es amor ab­soluto, gra­tuito e incondicional; es decir, que ama sin exigir condiciones previas para que su amor pueda darse, porque es puro don; y que El es siempre quien ama pri­mero, sin que las actuaciones concretas de los hombres puedan alterar su amor (cf. Mt 5,46-47 y Lc 6,33).
Por eso los evangelios se hacen «buena noticia»: comienzan diciéndonos que Je­sús es el «Dios con nosotros» y luego nos muestran su existencia enteramente dedi­cada a insertar la bondad de Dios en la historia y condición humana; incluso para explicitar el  mis­terio de Cristo -su cruz y resurrección- se ven forzados a narrar lo con­creto de su vida, su «ser como nosotros», presentándolo como un auténtico evan­gelio del Padre de las misericordias. 
En pocas palabras, el anuncio de Jesús sobre el Padre resume de modo muy personal la totali­dad de su evangelio. Y lo que él nos revela, con sus obras y palabras, es que el Padre tiene corazón: a exponerlo explicarlo estu­vie­ron encaminadas las pa­rábolas de la misericordia, las bienaventuranzas, y muchos otros signos. De ahí surgió la acendrada devoción de Juan Eudes al Corazón de Cristo.

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