Oración inicial
¡Qué excesivos y admirables son, Dios, tu bondad y tu amor
por nosotros! Eres infinitamente digno de ser amado, alabado y
glorificado. Pero como no tenemos corazón ni espíritu digno y
capaz de llenar estas obligaciones, tu sabiduría ha inventado y
tu inmensa bondad nos ha dado un medio admirable para cumplirlas plena y perfectamente.
Porque nos has dado el Espíritu y el Corazón de tu Hijo, que es
tu propio Espíritu y Corazón, para que sea también el nuestro,
según la promesa que nos hiciste por boca del Profeta: Les daré
un corazón nuevo y les infundiré un Espíritu nuevo (Ez 36, 26). Y
para que supiéramos cuáles eran ese espíritu y ese corazón
nuevos que nos prometías, agregaste: Pondré mi Espíritu, que es
mi Corazón, en medio de ustedes. Sólo el Espíritu y el Corazón de
Dios son dignos y capaces de amar, bendecir y alabar a Dios
como él lo merece.
Meditación
¿QUÉ ES EL CORAZÓN DE JESÚS?
El Corazón de Jesús es una hoguera de amor.
En nuestro Salvador adoramos tres corazones que forman un
solo Corazón por la estrecha unión que tienen entre sí.
El primero es su Corazón divino, su amor increado, que es
Dios mismo. Es también el amor que Él tiene, desde la eternidad, en el seno adorable de su Padre, y que,
con el amor de éste, es el
principio del Espíritu Santo.
El segundo es el Corazón espiritual de Jesús, la parte superior de su alma santa, en la que el Espíritu Santo vive y reina de manera inefable y en la cual encierra los tesoros infinitos de la
ciencia y de la sabiduría de Dios. Es también su voluntad humana, cuya función propia es amar, y que él sacrificó para realizar
nuestra salvación por la sola voluntad de su Padre.
El tercer Corazón de Jesús es el santísimo Corazón corporal, unido hipostáticamente a la persona del Verbo, formado
por el Espíritu Santo con la sangre virginal de la Madre de
amor, y que en la cruz fue traspasado por la lanza.
Este amabilísimo Corazón de Jesús es una hoguera de amor. Ama a su Padre celestial con amor eterno, inmenso e infinito.
Ama a su madre sin límites ni medidas. Como lo demuestran
las gracias inconcebibles con que la ha colmado.
Ama a la Iglesia triunfante, purgante y peregrinante. Los sacramentos -especialmente la Eucaristía, que es el compendio de
todas las maravillas de la bondad de Dios- son otros tantos ca-
nales inagotables de gracia y santidad, cuya fuente es el océano
inmenso del sagrado Corazón de nuestro Salvador.
Finalmente, nos ama a todos y a cada uno, como su Padre lo
ama a Él. Por eso todo lo hizo y lo sufrió todo para librarnos
del abismo de males en los que el pecado nos había arrojado, y
para hacer de nosotros hijos de Dios, miembros de Cristo, herederos de Dios, coherederos del Hijo, poseedores del mismo
reino que el Padre ha dado a su Hijo.
Nuestros deberes para con este amable Corazón son: adorarlo, alabarlo, bendecirlo, glorificarlo y darle gracias; pedirle
perdón por todo lo que él ha padecido a causa de nuestros pecados; ofrecerle en reparación todas las alegrías que le han da-
do todos los que le aman y todos los sufrimientos aceptados
por su amor. Finalmente amarlo fervorosamente.
También debemos utilizar este Corazón porque en realidad nos
pertenece: nos lo han dado el Padre eterno, el Espíritu Santo,
María y el mismo Jesús, para que sea el refugio de nuestras necesidades, el oráculo en nuestras dudas y dificultades, y nuestro
tesoro.
Nos lo han dado, finalmente, no sólo para que sea el modelo y
la regla de nuestra vida, sino nuestro propio corazón, y así podamos, por este Gran Corazón, cumplir con Dios y con nuesro prójimo todos nuestros deberes.
(San Juan Eudes, El Admirable Corazón de Jesús,12: O.C. VIII, 344-347.)
Oración final
¡Quién me diera fundirme en este fuego! ¡Madre de Jesús, ángeles, santos y santas de Jesús, me entrego a todos ustedes y los
entrego también a todos mis hermanos y hermanas y a todos
los habitantes de la tierra para que nos sumerjan en lo más pro-
fundo de esta hoguera de amor! Amén.
(San Juan Eudes, O.C. VIII, 352)
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